Una diablura

Una diablura

¡Pobre golondrina
la de tierno canto,
la de negras alas
que a Jesús besaron!

De africanas tierras
vino al suelo hispano
y en su incierto giro
visitó palacios,
viejos caserones
de moriscos arcos
y casitas blancas
de pintados patios.

Escogió aquel mío
para ornamentarlo
con la arquitectura
de su nido amado,
donde a tres hijitos,
sin tener descanso,
les llevaba insectos
del poblado espacio.

De un travieso niño
la inconsciente mano
le arrojó unos plomos
y la hirió el malvado.

La llevé hasta el nido
de dolor llorando,
y observé con pena
que se desplegaron
sus heridas alas
para cobijarlo.

Los hambrientos pollos
de pedir cesaron
y los tres murieron,
y se fue acabando
la preciosa vida
que cortó un muchacho
de perverso instinto,
de traidora mano.

Los ruinosos muros
de mi humilde patio,
¡qué alegres estaban!
¡qué tristes quedaron!

¡Pobre golondrina,
la de tierno canto,
la de negras alas
que a Jesús besaron!

Jesús Rodríguez Redondo



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