Semeja, por la noche, el viejo Puente
un monstruo que, rendido de fatiga,
posa en el césped y su sed mitiga
del Betis en la límpida corriente.
La luna, de secretos confidente,
de lo vetusto y misterioso amiga,
besos de luz al monstruo le prodiga
y al agua da esplendor fosforescente.
La brisa, perfumada por las flores,
el eco trae de una canción de amores
que va a perderse en el confín lejano,
como del río el murmurar constante,
himno sublime del amor triunfante,
se pierde en los abismos del océano.
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