El toreo infantil

El toreo infantil

Perdida entre el fárrago de acuerdos oficinescos, días atrás leímos la para nosotros jubilosa noticia de que la Junta de Protección a la Infancia había acordado protestar contra la permisión de que se celebren corridas de novillos o vacadas, en las que, como lidiadores, actúen niños menores de dieciseis años. Protesta que supone prohibición desde el momento que dicha Junta hállase presidida por el caballeroso y decidido defensor de la infancia Sr. D. Agustín Laserna, Gobernador civil de la provincia. Justo y noble acuerdo que no queremos ni debemos, ni podemos dejar pasar en silencio.

Justo, porque así lo ordena la ley de 13 de Marzo de 1900 en su artículo 6.°, que prohibe a los menores de dieciseis años todo trabajo de equilibrio, agilidad, fuerza, etc.., en espectáculo público, haciendo responsables de su contravención a los directores, padres o tutores y considerando, por su párrafo 3º incluídos en la prohibición, cualquier clase de trabajo literario y artístico (teatros, etc.)

Y noble, porque saltando prejuicios sociales, arranca al vicio de la raza, al Moloh del suelo hispano estas criaturitas que de seguro habían de ser sacrificadas en holocausto de su monstruosidad, germen de miseria para muchos y de barbarie e incultura para ellos.

No hemos de abocetar la significación de esta faceta de la mal llamada fiesta nacional, pues que mejor le cuadrara el nombre de bárbaro funeral a la cultura; sí diremos que, al presenciar el espectáculo, sólo veíamos entre los pliegues rojos del capote, un organismo enclenque, una conformación orgánica enfermiza y una mirada de sanguinolento centelleo, que inconscientemente brotada de un alma niña, era rudo anatema lanzado por la naturaleza, siempre sabia, contra un público y un pueblo que sentiría el alborozo de la felicidad espiritual si en el perfeccionamiento de la incultura de todos, vislumbrara la posibilidad de gozar las criminales delicias del aún no olvidado circo romano.

Reciba esa Junta nuestro cordial aplauso y la promesa de nuestro modesto apoyo, ante la efectividad de su humanitario acuerdo, pues si bien más que a ella, a deudos y parientes, por ley de afinidad, compete evitar estas desviaciones de patria potestad, ludibrio de una raza, sólo ella puede velar por que estas pantomimas de la barbarie no sean ejemplo para otros corazones niños que, tras la visión del espectáCulo, hubieron de ensoñar, fuertemente batidos sus sentimientos aún mal enfrenados, con esta frase, compendio de la psicología de nuestro pobre pueblo: «Si yo fuera torero;» de tales potencialidades, por la herencia y el medio, que anula todo deseo espiritual de ser algo grande en beneficío de la humanidad.

Levantemos mil escuelas de artes y oficios frente a cada plaza de toros y hagamos brotar en todos los cerebros stos hermosos deseos: ¡Si yo fuera mecánico! ¡Si yo fuera pintor! ;Si yo fuera arquitecto!… Que día llegará en que sean condensados en uno sólo, el más grande: Ser útil, contribuyendo al perfeccionamiento de la humanidad.

Redacción



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