Quisiera yo alabar con las palabras más cordiales al afectuoso amigo que hubo de acordarse de mí para enviarme desde la peregrina Ciudad do la Gracia —;oh, madre Sevilla, amada mucho y aún no amada bastante!— la hoja que daba cuenta de la constitución del Centro Andaluz en pleno centro de Andalucía, y que al constituirse desplegaba a los vientos este lema generoso y confortable: «Andalucía para sí, para España y la Huma-nidad».
Y quisiera alabarlo, sí, porque en estos tiempos, horros de espiritualismo y de gentes que den calor a empresas de desinterés y nobleza, ya es mucho hallar quien se nos acerque y nos hable de una cruzada en pro de algo que no esté resellado por el egoísmo y vaya de la mano de la especulación, porque tal se van poniendo las cosas que bien puede diputarse de hombre fuera de su siglo al que dé en estas andanzas de identidades y generosos arrestos de espíritu, valores muertos, en verdad, para la hora presente.
Mas aún andamos unos cuantos locos sueltos por el mundo, y he aquí que nos aferramos a un propósito y no le damos suelta aunque vengan sobre nuestras míseras ánimas las sangrientas ironías de los que tienen mejor juicio; y no hablemos de que sean o no estériles nuestras propagandas y nuestras ilusiones vayan camino da caer a cercén, pues habré de deciros que tenemos fe en nuestro ideal, y la fe, vosotros lo sabéis, lleva al triunfo.
¡Ideal andaluz…! Unir las almas y fortalecerlas en la magna obra de hacer de Andalucía, de toda la Andalucía, un conjunto engrandecido y engrandecedor; unir también las manos para que el trabajo sea más grato y más cordial; juntar una aspiración noble con otra que la sobrepuje, llevarlas a la cima; mostrarse fuertes, ecuánimes y sonrientes; tener por culto la gracia del Arte y la serenidad de la línea; ser varoniles y dulces; que revivan los abolengos de nuestra gloria; que bajo los pórticos del Ateneo de la ciudad y de la escuela del pueblo resucite Iberia, y que, en suma, todo ello venga a ser ofrecido en magnífico ejemplo, para que no se grite abusivamente el ¡viva España!, sin que hagamos porque viva, sino que puedan decir los que quieran observarnos: España, vive.
Empresa de audacia es esta empresa, que ha menester acumular el calor de muchos corazones para mantenerla y llevarla en triunfo; pero la hora definitiva para la lucha en favor de estos altos ideales que han de fortalecer y elevar la ciudadanía es esta de ahora. Cuando las grandes tragedias se desencadenan en las vecindades debe invadirnos el anhelo de afianzar la paz en nuestra propia casa, cuidándola con exquisito esmero y dándonos por completo a esa obra de amor, que ha de ser, al cabo, provechosa para todos, puesto que dará saludables pautas.
Es necesario, sí,que corra el apostolado de pueblo en pueblo y de boca en boca; que toque en los corazones de los que estén limpios de prejuicios, y que tras una jornada nos impongamos otra, cada vez más decididos y más ufanos, levantada el alma y oreada la frente, hasta que logremos reunir bajo nuestra bandera azul el ejército de los firmes y serenos, capaz de vencer desde la tribuna y desde la escuela.
No es nuestro enemigo peor la indiferencia ambiente, que tan graves son los tiempos actuales que ya no va siendo posible la indiferencia; pero hemos de contender con las malas artes de una vieja Celestina, astuta y perversa, que en las encrucijadas del camino preparará asaltos para encadenarnos una vez más, seducidos siempre, al cabo, por los favores que ladinamente sabe prodigar.
Serán las malas artes de la política de todos los desgobiernos y de todas las irregularidades, sorderas e injusticias, las que tiendan sus mallas sutiles para cazar nuestras sanas rebeldías; mas hay que confiar en que, al fin, saldremos victoriosos de estas contiendas que, sobre darnos vigor probando nuestro temple, inaugurarán los nuevos días de una etapa de sinceridades, en la que ha de hallarse el rumbo seguro para la grandeza personal de las regiones españolas que, en suma, engrandecerán la patria.
Fue en Sevilla el grito de optimismo y de lucha, y Betis arriba vino a dar pronto en Córdoba, la ciudad señora, donde se aprestan a darle cordial acogida y propagado por doquier.
Ya se había iniciado también de antemano en la callada sultana un hermoso movimiento de resurrección, que contaba entre sus más ardientes paladines a Enríquez Barrios y Muñoz Pérez, exalcalde aquél y alcalde éste, que supieron
llevar al Municipio anhelos de renovaciones, encaminando la administración por senderos de progreso y honradez; Eugenio García Nielfa, escritor cultísimo, de prosa sencilla y castiza, defensor de los viejos prestigios regionales; Ruiz Maya, joven catedrático y publicista muy notable que en la escuela y en el periódico realiza una intensa labor; Carbonell y Carrillo Pérez, entre otros prestigios industriales, colaboradores en cuantas iniciativas redundan en pro de ese anhelo de ser…
Y luego, extendido el movimiento, serán Almería, y Cádiz, y Málaga, y Jaén, y Granada, y Huelva; y tras Andalucía, Castilla, con sus agricultores y sus ganaderos; y Aragón, y Levante, y Guipúzcoa, tan industrial, tan llena de vida, y, al fin, de seguro, todas las regiones de este gran pueblo, pletórico de espíritu.
¡Arriba, pues, los corazones, defensores de un bello ideal de trabajo justicia!
Por sobre el espanto del momento presente, en un instante de tregua de la hecatombe que deja rodar su estruendo por todas las tierras, el oído español, atento al latir de nuestro pueblo, ha recogida la santa aspiración de afirmarse, de engrandecerse.
Y vosotros, hombres de buena voluntad, podéis marcar el rumbo de la estrella que ha de encaminar los pasos de los que hayan de cumplir con el deber, conscientes y serenos.
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