Ya no te quiero, morena,
la de los ojazos negros;
que has abrasado mi alma
con tus miradas de fuego.
La de los ojos azules,
a tí tampoco le quiero;
que me engañaste, traidora,
con tus miradas de cielo.
La de los ojos melados,
insulsos y somnolientos,
que ni apasionan, ni alientan,
ni son bonitos ni feos;
la de los ojitos garzos
con tus miradas de cuervo:
no soñéis con el poeta,
que os ha cerrado su pecho.
Oh, tú, virgencita griega,
la de los ojos risueños,
verdes como la esmeralda,
como la esperanza bellos:
mírame, que tus miradas
serán eficaz remedio
para cerrar las heridas
que otras miradas me abrieron.
Ojos que sois mar en calma
en cuyas ondas navego:
ojos dulces, ojos claros…
¡ojos de mi pensamiento!
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