Casi a punto de entrar en máquina este número, llega a nosotros la noticia del extraño suceso ocurrido en las Tendillas, del que ha sido víctima un tipo popular: la vieja María Castaña, de quien los muchachos se burlaban en la calle, llamándola por aquél mote, y a quienes ella correspondía con toda clase de soeces injurias. La chiquillería, con sus agudas voces, seguíala por las calles al grito de ¡María Castaña! Ella echaba mano de todas las maldiciones que en sus largos años de mala vida había recogido en las casas de escándalo y sañudamente apedreaba con ellas a los perseguidores.
Aunque en la modesta esfera de una revista no quepa la atrayente y detenida información que constituye uno de los elementos más interesantes de los rotativos, no podemos, periodistas al fin, resistirnos a la tentación de dedicar unas cuartillas al hecho, aprovechando la circunstancia de que nuestro antiguo compañero D. Vicente Anievas — que ha vuelto a ser periodista en Córdoba al cabo de una corta temporada de permanencia en las minas del Rif —fue uno de los primeros en acudir al lugar del sangriento suceso.
El hecho ocurrió a las tres de la madrugada, aproximadamente.
Tanto en las Tendillas como en las calles del Conde de Gondomar, Morería y algunas inmediatas, había varios trasnochadores, figurando entre ellos bastantes mujeres de escándalo, yendo unos a pie y otros en coche, y permaneciendo algunos estacionados en las aceras o en la vía pública.
María Castaña salió en aquellos momentos de la calle de la Morería a la de los Morillos, penetró en la del Conde de Gondomar y salió a las Tendillas.
Al pasar por el centro de esta plaza, un hombre del pueblo, de quien luego se supo que durante horas y horas había permanecido al acecho, al pie de la farola central, salió rápidamente al encuentro de María Castaña y, sin que mediara ninguna palabra —todo ocurrió en un momento —arremetió contra ella hecho una fiera.
Del primer envite la tiró contra la farola, sufriendo la vieja tan espantoso golpe, que seguramente quedó muerta en el acto.
El agresor la alzó del suelo con una sola mano y zarandeó el inanimado cuerpo de la vieja con la misma ligereza y furia que un perro ratonero al coger la presa entre los dientes. Por último, tiró el sangriento despojo en mitad de la plaza.
No hizo ninguna demostración para procurar la huida; antes bien, parecía buscar a quien entregarse.
Los trasnochadores, sorprendidos en plena jarana por la trágica escena, no acertaba a tomar ninguna resolución.
Al fin, el agresor se puso en manos del guardacalle particular. Este le pidió las armas que tuviera, respondiendo el detenido que sólo se había valido de las manos. Fué llevado a la Higuerilla.
Respecto a las causas del extraño suceso, circulan diversas versiones, en las que la exaltada fantasía del público ha debido poner mucho de su cosecha.
Parece ser que el agresor —un jornalero de los ruedos de Córdoba, llamado Rafael Morisco Aguilar —tiene una hija de dieciséis años, llamada Carmen y dotada de delicada y sugestiva belleza. Se refiere que esta —bonita como una rosa y más alegre y viva que un pájaro —cayó incautamente en las redes que a su inocente juventud tendiera la refinada perfidia de la popular proxeneta, de la abucheada María Castaña, y que al fin y al cabo fué inmolada al monstruoso Moloch de Andalucía que lleva esta alegre denominación, compendio de mil aberraciones: Jarana.
Enterado el padre, que sentía locura por la nena, que se miraba en ella y la veía crecer como si fuese un rosal impecable, se cercioró primero de su desgracia, hasta el punto de asomarse a una juerga en la que su hija era la protagonista, y luego acechó a María Castaña, dándole espantosa muerte.
En este suceso, que no puede quedar encerrado en la mediocridad corriente de la crónica negra, se revelan males espantosos. Desde luego resulta que si María Castaña, la infame proxeneta, hubiera estado en la Cárcel purgando la cadena de delitos que han formado su vida, en vez de hallarse convertida en un tipo popular, con apariencias risibles, no hubieran llegado las cosas al extremo de que fuera despedazada por la vengadora garra de un hombre del pueblo.
El ánimo más sereno y mejor templado, se sobrecoge de espanto ante el espectáculo de la mala vida en la tierra andaluza, ante la visión de la jarana, de la juerga, del hecho infame de que las mujeres pobres sean proporcionadas al vicio de los acaparadores de la tierra, de quienes precisamente causan el hambre del bajo pueblo.
No por vicio, sino por necesidad negrísima, la raza andaluza —la de mujeres asombrosamente bonitas —es una de las que mayor contingente rinde a los ,burdeles de toda laya, altos, bajos y medianos.
Los sociólogos tienen en este hecho material vastísimo de estudio de una de las desventuras mayores de Andalucía, fijándose bien en que claramente resulta que las mujeres pobres son proporcionadas a los señoritos viciosos y jaraneros, a los causantes de la pobreza que produce la caída de aquellas jóvenes malogradas.
Las personas decentes deben intervenir también para ayudar a la corrección de mal tan espantoso, para evitar que se siga persiguiendo a las mujeres pobres que son bonitas para echarlas, no al placer y al vicio, sino al dolor y la muerte. No se debe emprender la campaña contra las mujeres malogradas, de mala vida, sino contra quienes las despeñan, contra los jaraneros, profesionales de la juerga, y contra las María Castaña que por toda Andalucía pululan efectuando una recluta infante; contra las profesionales del más espantoso de los crímenes, contra las que debieran arrastrar cadena en vez de pasear su popularidad vergonzosa por las poblaciones, seguidas por la chiquillería callejera al grito de ¡María Castaña! ¡María Castaña! o al de otro mote semejante.
De María Castaña publicamos un apunte hecho por el joven y notable dibujante Cámara.
Adviértase cómo se parece a todas las María Castaña, porque es la proxeneta típica.
Por ministerio de la ley, debe también funcionar en nuestra población la humanitaria junta para la represión de la trata de blancas.
La benéfica institución tendría un presidente admirable en el caballeroso gobernador de la provincia, funcionario modelo por su rectitud y bondad.
De haberle secundado la opinión, como se debió hacer, la, gente de mala vida no hubiera vuelto a invadir las calles de la Feria, la Morería y el Conde de Gondomar, las que perdurablemente se hubieran conservado limpias hasta la pulcritud.
Sirva de aviso saludable el doloroso suceso de anoche, del que han resultado dos víctimas: María Castaña, que ha muerto despedazada por un hombre del pueblo, y Rafael Morisco, que morirá en la horca o en presidio si el jurado, movido por una ráfaga de simpática piedad, no lo vuelve a la calle, ya que nadie pueda restituirle a la paz de su hogar deshecho ni al amor de su malograda hija, muerta en vida porque fuá inmolada al monstruo insaciable de la jarana.
Redacción
Dejar una respuesta