Una limosna de pan
el ciego va demandando,
de casa en casa, marchando
acompañado de un can.
Sin el más leve temor
sigue el mendigo a su guía,
pues de igual modo confía
en su instinto y en su amor.
Cuando rendido se sienta
el viejo, mientras reposa,
con su mano temblorosa
al perro fiel alimenta.
Ciego, no le considero
del todo desamparado,
porque llevas a tu lado
un amigo verdadero.
Un amigo sin segundo
de fidelidad espejo,
el único, pobre viejo,
que ya le queda en el mundo.
Es por demás doloroso
que siempre, en la sociedad,
vuelva la falsa amistad
su espalda al menesteroso.
El perro que le acompaña
todo tu afecto merece,
al hombre no se parece,
por eso mismo no engaña.
Francesco
Dejar una respuesta