Los verdaderos miserables III

Los verdaderos miserables III

Cómo viven realmente el pobre

Distribuyendo la familia obrera, de nuestro estudió, todos sus ingresos, de manera que queden cubiertas sus más perentorias necesidades vitales, con sujeción a los preceptos de la higiene, decíamos quedábales un resto de pesetas 48.58, para las demás exigencias.

Estas exigencias, si no tan esenciales no son tampoco despreciables.

El hombre necesita comer, vestir, habitación, limpieza, etc., y de ello no puede prescindir, pero también necesita dar satisfacción a otros modos de su vida de relación, inherentes a su cualidad de ciudadano o miembro social. Necesita asociarse para fines mutualistas; necesita proveerse de medios de cultura, siquiera sea con la sola lectura de la prensa; necesita de expansión en sus exigencias espirituales, asistiendo a teatros, etc.; en una palabra, como humano debe participar en algo de las distintas actividades de la concurrencia social. ¿Y cómo conseguirlo con 48,58 pesetas ánuas para cuatro personas? ¿Cómo satisfacer todas esas necesidades con la irrisoria cantidad de veinticinco céntimos escasos a la semana?

Sólo dos caminos puede seguir. O privarse en absoluto de toda vida de relación extraña a su familia o a su cotidiano trabajo, totalmente imposible por antisocial e inhumano, pues que quedada reducido al estado de bestia de carga; o el camino que, por desventura para ellos y para todos sigue: restar a las necesidades primordiales lo que ha de necesitar para las secundarias.

Y el pobre viste mal, desarrapado y mugriento; carece de ropas interiores, duerme sobre infecto colchón de paja podrida, sin sábanas ni cubiertas; no usa de jabón; carece de vajilla; vive hacinado en un cuarto angosto destinado a dormitorio, cocina, comedor y hasta retrete; mézclanse los padres a los hijos, confündense los sexos distintos, haciendo huir horrorizada a la moral; comen fiambre con mala condimentación, en cantidad insuficiente y alimentos averiados y deshechados de todos; y entréganse a la bebida y al juego, los varones, para destruir a la familia y perder el honor debiendo en el comercio desde el pan hasta el calzado y acabar en el presidio si un momento de ceguera, de debilidad o de hambre les llevó a apoderarse de lo ajeno; y las hembras, dejando su única sagrada propiedad, la honra y la virginidad, en manos criminalmente lujuriosas, industriales del honor, vilipendiadores de la miseria honrada, acabar en el hospital, podrido el cuerpo y ulcerada el alma.

Y si tenemos en cuenta, que muchas son las familias a las que no llegan los ingresos que estipulamos, pues que muy frecuentes son los jornales de dos pesetas, y que el número de hijos es superior a dos de ordinario, espanto produce en nuestro ánimo pensar los cuadros de miseria, las trágicas luchas espirituales que en el bajo fondo social, en el mundo del trabajo jornalero, tienen su teatro.

No es posible; el jornalero no puede vivir con tan exiguos jornales; la sociedad está obligada a defender y proteger, aunque sólo sea por egoísmo, lo que para ella es su músculo, el mundo de trabajadores manuales si no quieren que el cansancio y la fatiga, excitados por la desesperación, rompan las fibras; es preciso dar al pobre lo que necesita; es necesario aquí en Andalucía, llegar al jornal de cinco pesetas, como en un bello gesto de alta caridad y justicia, hubo de indicarnos el señor Obispo de esta Diócesis, en para nosotros grata conversación con él tenida, en el pasado mes de Abril, con motivo de una petición de indulto.

La Vida del pobre es dificil, si no imposible, pero, más dificil aún, es la de la clase media, de todos conocida y de todos ignorada por su cobarde resignación.

Redacción



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