Hemos tenido el gusto de hablar con el conde de Torres Cabrera, y lo hemos encontrado como siempre.
Ni el peso de los años, con su larga cadena de quebrantos, ni los amargos sinsabores de una larga existencia consagrada al mejoramiento de la Patria, han logrado abatir su espíritu poderoso, sostenido por una savia lozana y fuerte.
Como un roble que creciera en medio de un campo —así ha florecido su inteligencia en Córdoba— el tiempo lo ha fortalecido, lo ha asegurado en su anhelo generoso de alcanzar una patria mejor, una España renovada.
Precisamente en estos días ha brotado de su gallarda y caballerosa pluma este hermoso documento: Señor don Carlos Carbonell. Mi querido amigo: he llegado a Córdoba y me ha entregado mi hija el precioso álbum conmemorativo de las bodas de oro de la Casa de Carbonell y Compañía y cuyo ejemplar han tenido ustedes la atención de dedicarme.
Su primera hoja, en la que escuetamente, sin comentarios y en seis renglones, se consigna la estrecha unión de la familia de Carbonell y de sus socios, es un cuadro que patentiza un ejemplo hermosísimo y que arranca plácemes y lágrimas en estos días en que el sopor seca el corazón de los hijos; la hoja segunda es una alegoría sublime: el amor y el trabajo bajo las alas de un ángel es una concepción bellísima y luego el retrato del fundador de la Casa, don Antonio Carbonell, a quien recuerdo como si lo estuviese viendo vivo en aquellos años en que lo traté, cuando él trazaba sus proyectos industriales y yo mis proyectos agronómicos; es justo homenaje de amor y de respeto.
Agrupar en un álbum los retratos y las fechas de los respectivos servicios de cuantos mental y mecánicamente sirvieron a la Casa, uniéndolos a las vistas de las grandiosas instalaciones; incluir hasta la estadística de la correspondencia telegráfica y telefónica, y todo ello sin oropeles literarios, sin vuelos de fantasía, constituye una expresión gráfica, en la que sencillamente se dice ved y juzgad, y se ve y se juzga que la Casa de Carbonell y Compañía y usted, su gerente, honran a Córdoba.
¡Ah! Si en vez de pasar aquí su vida muchos hombres de mérito acurrucados en la faltriquera de algún ministro o ministrable para asegurar su pitanza, la buscasen todos como ustedes, desenvolviendo nuestros elementos naturales de riqueza, pronto España volvería a ser lo que fué en mejores tiempos, apreciada en el mundo por nuestra industria, por nuestra producción, por nuestras armas, por nuestras letras y no por el baile macabro de los políticos de oficio.
¡Hurra, Carbonell, hurra! Los alientos de medio siglo pueden repercutir por lo menos en otro medio y quiera Dios que el siglo XX legue a los futuros, próspera, la Casa de Carbonell y Compañía, honrando a Córdoba.
Suyo, Torres Cabrera.
El insigne patricio, que se adelantó a su tiempo, fundando las colonias agrícolas de Alcolea, Torres Cabrera y los Llanos del Conde y acometiendo otras empresas admirables, sigue condenando, desde la altura de sus prestigios, a quienes estorban el desenvolvimiento de los elementos naturales de riqueza, y alentando con su felicitación cordial a quienes vivieron consagrados al trabajo.
Honramos este número do CÓRDODA publicando en lugar preferente el retrato del admirado patricio y esperamos confiadamente en que algún día no lejano, la ciudad, representada por todos los elementos que la constituyen, rinda al ilustre Conde de Torres Cabrera el homenaje que merece por la abnegación altísima con que la ha amado y servido, ofrendándole en todo momento su inteligencia, su hacienda, su actividad incansable: la vida entera.
Córdoba la Buena sabrá cumplir la deuda de gratitud que tiene contraída con su ilustre hijo el Conde de Torres Cabrera, el fundador de pueblos y alentador constante de todo mejoramiento agrícola.
Redacción
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