Las verdaderas víctimas

Las verdaderas víctimas

Acabarnos de ver una caricatura, de cuyo espíritu se desprende una triste y dolorosa tragedia; tragedia, como todas ellas, desgarradora; como ninguna, plena de dolor y tristeza, por cuanto danzan en ella unos desventurados niños…

El lápiz sarcástico de Máximo Ramos ha sabido darnos una tremenda sensación de dolor y desesperanza al comentar, gráficamente, el crimen cometido en Madrid por ese desdichado seudo-procurador Nilo Saiz de Miguel, de tan reciente cuan desdichada historia.

Con unos trazos maestros, el formidable dibujante nos ofrenda la terrible emoción de la tragedia, o por mejor decir, de sus dolorosísimas consecuencias.

En el dibujo de Máximo Ramos aparece una mujer en actitud de demandar pública limosna, y cubriendo con sus harapos a unos desventurados niños, flor de crimen y espuma de desdichas. Al pie de la composición y luego de adivinar un brevísimo diálogo entre la infeliz y un viandante, se leen estas desgarradoras frases:

De la pobrecita Bélgica, ¿verdad?
—No, señor; de la calle de Preciados
.

La ampulosa publicidad que se está dando al crimen de Nilo Aurelio Saiz de Miguel, cometido en la persona del usurero Manuel Ferrero, nos pone en antecedentes de que el presunto criminal vivía con su familia en la calle de Preciados.

¿Comprende el lector toda la trágica psicología de esa caricatura de Máximo Ramos? Porque en rigor de verdad, las indudables víctimas del horrendo delito cometido por ese desventurado Agente de negocios madrileño, son sus hijos, esos desventuraditos que, apenas nacidos a la vida, apenas iniciados en la dicha inapreciable de vivir, se miran aherrojados por la sociedad y en la tristísima senda de todos los cautiverios y todas las amarguras…

Más que el anciano usurero, son víctimas del crimen de Nilo Aurelio Saiz, los hijos de éste. Aquél pagó con su vida la excesiva confianza que le inspirara el Agente de negocios, con quien andaba no en muy limpios trapicheos, dicho sea con perdón de su memoria. Los hijos del desdichado procurador no han muerto, viven, pero una vida vilipendiosa y con estigma, merced a la maldad de su progenitor.

Más les valiera morir, pues que la sociedad, con su estrecho concepto de la moralidad y con su equivocado modo de juzgar las cosas, habrá de cerrar contra esas infelices criaturitas haciendo un escéptico de cada una, capaz de todas las rebeldías…

Esos desventurados no serán de hoy en adelante, en el público concepto, sino los hijos de un gran criminal . Y no valdrá que sigan la senda del bien y que se capaciten para ser útiles a la sociedad: siempre, eternamente, ésta no tendrá para los infelices otra cara que el desdén, ni más consideraciones que las adecuadas a los hijos de un asesino…

¡Como si los hijos fuesen culpables de las malandanzas de los padres! ¡Como si el estigma pudiera ser transmisible!

Un alto sentimiento de piedad, ingénito en cuantos somos padres, nos hace considerar como únicas víctimas de la tragedia que comentamos, a los hijos del tristemente célebre Nilo Aurelio Saiz de Miguel.

Más que nuestras consideraciones, dicen al sentimiento las trágicas frases del dibujante Máximo Ramos, que volvemos a reproducir como expresión del más profundo y tremendo dolor:

—De la pobrecita Bélgica, ¿verdad?

No, señor; de la calle de Preciados.

Españita



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