La miseria de los campesinos de Andalucía

Desde el fondo de muchas provincias españolas llegan hasta Madrid voces en demanda de auxilio. No hay trabajo; no hay pan; la gente emigra o se muera de hambre.

Es Andalucía la que reclama con más angustia. ¡Siempre hambrienta aquella tierra privilegiada que cantan los poetas, que perfuman rústicas flores, que visitan las auras marinas, que bendice el Sol, que magnifica el cielo azul; la tierra tradicional de la alegría, el rincón del planeta donde sólo son trágicas las existencias humanas, melancólicos y sombríos los espíritus, aunque a veces pongan en el gesto una mueca regocijada cuyo último significado no es de contento, sino de inconsciencia o de resignación!

Si examinarnos las innumerables facetas de la complicada vida social contemporánea, nos parecerá enorme el número de los problemas que el pensador o el gobernante tienen que afrontar cuando discurren acerca del presente o del porvenir de la civilización moderna, nos engaña la apariencia.

Los problemas sociales son como las generaciones: es posible trazar su árbol genealógico para reducirlos a un tronco común.

De una en otra categoría de esos problemas, la relación causal va pasando desde los espirituales a los políticos, desde los políticos a los económicos, y dentro de los económicos, toda la inmensa variedad de las crisis va claramente resolviéndose en el problema de la miseria de las clases proletarias, que son la masa social, su elemento más numeroso y el punto de partida para el bienestar de todos los otros factores sociales.

Pues todavía, dentro de esa visión general del problema proletario, puede hacerse otra distinción, buscando más honda raíz. El malestar plebeyo en las ciudades es el efecto de la miseria campesina.

Si trazamos una línea al través de toda la jerarquía de estos problemas, veremos, pues, cómo la infeliz situación del bracero rural es la semilla de donde surge todo ese árbol maléfico que extiende sus ramas sobre el conjunto de la sociedad contemporánea, y en cuyas hojas se inscriben los nombres de otros tantos problemas, úlceras de la vida moderna.

No ya por sentimiento humanitario, ni por impulso de la fraterna solidaridad que nos liga con nuestros compatriotas, ni por ninguno de aquellos nobles requerimientos de la conciencia y del corazón que enaltecen los actos humanitarios, sino por mero egoísmo, debemos esforzarnos todos en contener y remediar esa miseria campesina, que es como la fuente, cenagosa e inficcionada, de donde fluye el agua que necesariamente todos hemos de beber.

En los últimos lustros se ha creado una literatura consagrada a explicar cómo la escasez y dolores de la gente rural la impulsan a la emigración y la despoblación; cómo, mientras el campo queda desierto, las ciudades se congestionan, agravándose en éstas la competencia de brazos; y cómo ese proceso lentamente va arruinando la producción agrícola, abatiendo los salarios, difundiendo la rebeldía, depravando las muchedumbres, de la sociedad, preparando la revolución o el aniquilamiento.

Mas, ¿por qué se detienen ahí los políticos y los escritores? El mal es ese; pero, ¿cuál es la causa? ¿Cuál es el remedio? ¿Por qué callan? ¿Qué temores o qué dificultades les obligan a rendir a la mentira el tributo del silencio, que también se miente cuando, debiendo decirla, se calla la verdad? Y, sin embargo, las respuestas son fáciles; porque la causa de esa miseria campesina, más honda y aflictiva ahora que hace un siglo, ahora en que el saber humano ha multiplicado las potencias productoras de la sociedad que en tiempos pretéritos en que aún era más dificil la lucha del hombre contra las resistencias naturales, aparece patente a los ojos del más mediano observador.

Hace algún tiempo corrió por la Prensa la noticia de que un aristócrata se proponía adquirir el famoso coto de Doña Ana, con el propósito de convertirlo exclusivamen-te en campo de caza sin colonos. Ese coto es una de las fincas más extensas que existen en España; la contornean setenta kilómetros de costa.

Pues bien; el proyecto que en aquella noticia se transmite es el de expulsar de la tierra a los hombres para dejar mayores anchuras a la ¡caza.

Los gamos, los corzos, las perdices, los faisanes, encontrarán ámplio espacio; los hombres, nuestros hermanos de patria, no podrán labrar un pedazo de esa tierra que ganaron sus antepasados, que cien generaciones hicieron fecunda y valiosa, y emigrarán por falta de pan.

Extended ese plan a toda España y aparecerá patente, sin que pueda ser otra, la causa de la miseria campesina.

El placer venatorio encontrará fáciles expansiones; pero el bracero, el cultivador, no hallarán trabajo. Pues la inmensa mayoría del territorio español está, con diversas apariencias, en esa situación. Porque la expulsión de los colonos del coto de Doña Ana no supone que no haya de vivir sobre aquel territorio el número de personas indispensables para los cuidados elementales de la finca y para su guardería.

En España hay unas seis mil dehesas dedicadas a la producción alcornocal. Y también el número de hombres que sobre ellas vive está circunscrito a lo indispensable para su custodia y para las ocasionales faenas que tan primitiva explotación exige.

En la misma provincia de Cádiz hay un pueblo, Castellar, que tiene de término 17.700 hectáreas. En él no figura más que un solo contribuyente; hay un propietario, ausente, de todo el término; allí no viven más que 200 habitantes.

Pero no lejos, también en aquella provincia, hay otro pueblo, Trebujena, cuyo término es de 5.474 hectáreas; más de la mitad pertenece a propietarios forasteros; por eso hay incultas 2.282 hectáreas.

Pero en ese pueblo la población obrera se derramó por el campo, adjudicandose pequeñas parcelas.

Los contribuyentes de las 2.650 hectáreas en cultivo son, no uno como en Castellar, sino 951; por eso no viven sobre tal terreno 200 habitantes, como allí, sino 1.185 vecinos.

Ved, comparando a Castellar con Trebujena, cómo se fragua la miseria campesina, germen incontrastable de la miseria y el desequilibrio nacionales.

Como las fincas destinadas a la caza y a la producción arcornocal son las destinadas a la cría de reses bravas.

Si en Levante comenzara a dedicarse la huerta a una de aquellas explotaciones, pronto su riqueza habría desaparecido, y en vez de la pequeña burguesía rural que constituye la fuerza de la comarca levantina quedarían unos cuantos poderosos erigidos como dioses sobre una plebe innúmera de hambrientos y desarrapados.

Así ocurre en Andalucía. En Extremadura se consagran también al pastoreo millares y millares de hectáreas, privando a los hombres de campo para el cultivo.

En Salamanca, hace dos años, a causa de la elevación en el precio del ganado, muhos propietarios expulsaron de las tierras a los colonos para introducir ganado; la emigración castellana se acrentó.

No hace mucho todavía pude comprobar en Cádiz que había agricultores de aquellos camino de Gibraltar, donde embarcarían para la Argentina.

Sería facil enumerar otras formas de esa relación do los hombres con la tierra en que se incuba el hambre campesina.

Pero todas ellas se reducen a una fórmula económica: «la explotación que permite obtener el máximo de renta con el empleo mínimo de trabajo y de capital». Ahí radica el mal que despuebla el campo tras de empobrecer a sus habitantes.

Un mal no exclusivo de estos tiempos, porque ya lo estudia con minuciosidad y lo pinta con vigor Taine al trazar en «Los orígenes do la Francia contemporánea» el cuadro campesino en los años que precedieron a la Revolución.

Un régimen jurídico y fiscal como el nuestro permite que el dueño de la tierra obtenga la mayor ganancia sin arrancar a ésta la mayor producción.

El remedio está, por consiguiente, en hacer que ese régimen no consienta sino que la máxima ganancia vaya inseparablemente unida a la producción máxima, para que coincidan el interés privado y el interés social.

El eje del primer sistema es la contribución sobre el producto; el eje del segundo, la contribución sobre la capacidad productiva.

Tan grande es la influencia del sistema tributario sobre la economía nacional, que basta una simple modificación en su base para arruinar o engrandecer al campo y con ello para precipitar en la decadencia o llevar hacia el florecimiento a toda una sociedad.

Baldomero Argente



Películas de Andalucía

De Colón a Belmonte pasando por Blasco Ibañez y Zamacois

El domingo terminó en Granada la confección de la notable película «Vida de Cristóbal Colón».

El sábado anterior se impresionó en la placeta de San Nicolás la reproducción del célebre cuadro de Pradilla, figurando la entrega de la ciudad a los Reyes Católicos.

En la confección del cuadro intervinieron los mismos artistas ya mencionados en la relación que hicimos días anteriores, y además numerosas fuerzas de Infantería y Caballería, uniformados conforme al estilo de aquella época.

En la mañana de ayer salieron todos los artistas con dirección a Valencia, donde se están terminando las carabelas que han de figurar la salida de Colón para América.

(Gaceta del Sur del 22 de Agosto de 1916.)

Perdona, lector, que, una vez más en mi vida, hoy ponga paños nuevos al púlpito y, colgándolo con los más preciados atavíos de que suelen sor adornados los púlpitos, te hable desde él en honor y loa de mi gentil Granada.

Perdóname, y no tomes a mala parte lo que luego he de decir, que más que en desdoro de ésta tu no menos hermosa tierra, irá en derechura de corregir defectos de que adolece y de los que quisiera verla limpia para su mayor gloria.

Lee, hermano, los párrafos que integran el dístico de esta croniquilla y ve si al final de ella no estamos de perfecto acuerdo, por que andaluces somos los dos y tan apasionados uno como otro del lar en que mecióse nuestra respectiva cuna.

Tú, como yo, desearás para tu nobilísima Andalucía lo que más la enaltezca y glorifique. Por eso, cuando acabes de leerme, espiritualmente tenderás tu franca diestra para decirme con tu lealtad ingénita: He aquí mi mano amiga: estréchala entro las tuyas y selle este acto fraternal la devoción hacia mi Córdoba, que al través de tus escritos se advierte.

Y así es en verdad, hermano lector, que jamás mi pluma humilde hizo otra cosa que alabar a Córdoba y poner al servicio de esta noble ciudad lo más honrado de su discurrir por las cuartillas.

Veamos, pues, ahora si nos entendemos. Creo que sí.

He ahí a mi Granada manifestándose en toda la plenitud de su cultura y de su gusto artístico, dejando que en su recinto, emporio de poesía y belleza, cuna de artistas y de poetas, sea impresionada una película histórica de un valor instructivo realmente insuperable.

¡La vida de Colón, el descubridor de un mundo, el genio inmortal de un pueblo fuerte y grande! ¿Cabe asunto más hermoso para unos films, como ahora se dice?

Va para dos años, Granada entera apedreó y persiguió sañudamente, hasta hacerla desaparecer, a una cuadrilla de peliculeros que fué a falsear el alma granadina impresionando una película con absurdas tonalidades de pandereta desacreditada.

Esa misma gente estuvo en Córdoba y, aparte la protesta de la prensa, campó por sus respetos y se llevó en el objetivo do varias máquinas fotográficas escenas de una Córdoba que no existe, por absurda y estúpida; de una Córdoba que ni Gautier ni Merimée hubieran pensado en sus inspiraciones hiperbólicas.

Y Córdoba no protestó, por abulia, por esa pereza ingénita quo la hace insensible y que tanto daño la proporciona.

Andalucía es Granada y Andalucía es Córdoba, como a la bella región pertenecen Sevilla, Málaga, Cádiz, Almería, Huelva y Jaén. Esto pertenece a la Geografía elemental; pero conviene distinguir dentro de Andalucía por lo que hace a costumbres, hábitos y gustos.

Siendo Granada y Sevilla, por ejemplo, zonas integrales de Andalucía, en la primera de las ciudades citadas no se consentiría lo que en la segunda se permite.

Esa película que hace poco impresionó en Sevilla don Eduardo Zamacois con la vida, andanzas, milagros y desaguisados del famoso Juaniyo Belmonte, en Granada no habría sido permitida.

Allí, en Granada, no se siente el flamenquismo. No tiene ambiente alguno. Las glorias del torero, con ser todo lo respetables y dignas de admiración que quieran los gonfalonieros del flamenquismo, importan menos, infinitamente menos que la más humilde obra del más modesto de los trabajadores.

Cuando más, un torero en Granada sirve para que los chaveas se planten ante él con el objeto de quedarse estupefactos y compararlo con sus respectivas hermaniyas porque, como ellas, tiene su miaja de trenza…

Por esto, por lo otro y por lo de más allá, en Granada no es posible impresionar peliculeramente la vida de ningún Terremoto.

¡Poco odio y terror que se les tiene a los terremotos desde el año 85!

Y, sin embargo, en Granada es factible, y se aplaude y se facilita la impresión de una película de la vida de Colón.

¡Ya podía acorazarse el señor Blasco Ibáñez si fuese a la bella ciudad de la Alhambra con la petera de tomar ambiente para peliculear su novela Sangre y arena!

Los granadinos no comprendemos que haya otra sangre que la del hombre al servicio del trabajo, ni más arena que la empleada constante y tenazmente en levantar aquella fábrica azucarera, aquella otra de tejidos, este molino harinera o aquel otro gran hotel con destino a la industria de su clase.

La otra sangre, la que anubla los cerebros de los aficionados al toreo, viéndolo todo rojo… y oro, se invierte en suculentas morcillas para el yantar diario…

Volvamos al motivo primordial de esta croniquilla. Ved, lectores, qué clase de películas se impresionan en Granada. Ved cómo rodará por el mundo, instruyendo y deleitando, la vida de Cristóbal Colón, el formidable navegante.

¿Cuanto mejor y más bollo y más español no esto que las andanzas, estrecheces, glorias y… orejas de Belmonte?

No estarán de acuerdo conmigo ni Zamacois ni Blasco Ibáñez ni los que del flamonquismo hacen un culto; pero yo estimo que es más emocionante y más instructiva la salida de Colón del puerto de Palos de Moguer, camino de un soñado continente, que al fin se descubre, que la de Belmonte por la puerta grande de la plaza do toros de Madrid, triunfante y harto de palmas, camino de la Clínica H o de la consulta B, don-de han de curarle de la paliza quo le diera el cárdeno, ojo de perdiz y mogón del derecho, de la ganadería tal o cual…

Lo primero, sobre instruir y emocionar, da idea de la entereza de una raza grande, fuerte y abnegada; lo segundo, es reflejo fiel de la decadencia y envilecimiento de buena parte de esa misma raza.

Y nada más, lector amigo: toma el espíritu del presente articulejo y no veas en el sino mi amor a toda Andalucía, ésta Andalucía tan buena, tan franca y tan leal, que si usara de su ingenio y su laboriosidad en sentido francamente antiflamenquista, sería lo que para gloria de la Patria amada fuera en pasadas décadas: emporio de donosura, de sabiduría y do gentileza.

Julio Baldomero Muñoz



Asesinato de María Castaña

Casi a punto de entrar en máquina este número, llega a nosotros la noticia del extraño suceso ocurrido en las Tendillas, del que ha sido víctima un tipo popular: la vieja María Castaña, de quien los muchachos se burlaban en la calle, llamándola por aquél mote, y a quienes ella correspondía con toda clase de soeces injurias. La chiquillería, con sus agudas voces, seguíala por las calles al grito de ¡María Castaña! Ella echaba mano de todas las maldiciones que en sus largos años de mala vida había recogido en las casas de escándalo y sañudamente apedreaba con ellas a los perseguidores.

Aunque en la modesta esfera de una revista no quepa la atrayente y detenida información que constituye uno de los elementos más interesantes de los rotativos, no podemos, periodistas al fin, resistirnos a la tentación de dedicar unas cuartillas al hecho, aprovechando la circunstancia de que nuestro antiguo compañero D. Vicente Anievas — que ha vuelto a ser periodista en Córdoba al cabo de una corta temporada de permanencia en las minas del Rif —fue uno de los primeros en acudir al lugar del sangriento suceso.

El hecho ocurrió a las tres de la madrugada, aproximadamente.

Tanto en las Tendillas como en las calles del Conde de Gondomar, Morería y algunas inmediatas, había varios trasnochadores, figurando entre ellos bastantes mujeres de escándalo, yendo unos a pie y otros en coche, y permaneciendo algunos estacionados en las aceras o en la vía pública.

María Castaña salió en aquellos momentos de la calle de la Morería a la de los Morillos, penetró en la del Conde de Gondomar y salió a las Tendillas.

Al pasar por el centro de esta plaza, un hombre del pueblo, de quien luego se supo que durante horas y horas había permanecido al acecho, al pie de la farola central, salió rápidamente al encuentro de María Castaña y, sin que mediara ninguna palabra —todo ocurrió en un momento —arremetió contra ella hecho una fiera.

Del primer envite la tiró contra la farola, sufriendo la vieja tan espantoso golpe, que seguramente quedó muerta en el acto.

El agresor la alzó del suelo con una sola mano y zarandeó el inanimado cuerpo de la vieja con la misma ligereza y furia que un perro ratonero al coger la presa entre los dientes. Por último, tiró el sangriento despojo en mitad de la plaza.

No hizo ninguna demostración para procurar la huida; antes bien, parecía buscar a quien entregarse.

Los trasnochadores, sorprendidos en plena jarana por la trágica escena, no acertaba a tomar ninguna resolución.

Al fin, el agresor se puso en manos del guardacalle particular. Este le pidió las armas que tuviera, respondiendo el detenido que sólo se había valido de las manos. Fué llevado a la Higuerilla.

Respecto a las causas del extraño suceso, circulan diversas versiones, en las que la exaltada fantasía del público ha debido poner mucho de su cosecha.

Parece ser que el agresor —un jornalero de los ruedos de Córdoba, llamado Rafael Morisco Aguilar —tiene una hija de dieciséis años, llamada Carmen y dotada de delicada y sugestiva belleza. Se refiere que esta —bonita como una rosa y más alegre y viva que un pájaro —cayó incautamente en las redes que a su inocente juventud tendiera la refinada perfidia de la popular proxeneta, de la abucheada María Castaña, y que al fin y al cabo fué inmolada al monstruoso Moloch de Andalucía que lleva esta alegre denominación, compendio de mil aberraciones: Jarana.

Enterado el padre, que sentía locura por la nena, que se miraba en ella y la veía crecer como si fuese un rosal impecable, se cercioró primero de su desgracia, hasta el punto de asomarse a una juerga en la que su hija era la protagonista, y luego acechó a María Castaña, dándole espantosa muerte.

En este suceso, que no puede quedar encerrado en la mediocridad corriente de la crónica negra, se revelan males espantosos. Desde luego resulta que si María Castaña, la infame proxeneta, hubiera estado en la Cárcel purgando la cadena de delitos que han formado su vida, en vez de hallarse convertida en un tipo popular, con apariencias risibles, no hubieran llegado las cosas al extremo de que fuera despedazada por la vengadora garra de un hombre del pueblo.

El ánimo más sereno y mejor templado, se sobrecoge de espanto ante el espectáculo de la mala vida en la tierra andaluza, ante la visión de la jarana, de la juerga, del hecho infame de que las mujeres pobres sean proporcionadas al vicio de los acaparadores de la tierra, de quienes precisamente causan el hambre del bajo pueblo.

No por vicio, sino por necesidad negrísima, la raza andaluza —la de mujeres asombrosamente bonitas —es una de las que mayor contingente rinde a los ,burdeles de toda laya, altos, bajos y medianos.

Los sociólogos tienen en este hecho material vastísimo de estudio de una de las desventuras mayores de Andalucía, fijándose bien en que claramente resulta que las mujeres pobres son proporcionadas a los señoritos viciosos y jaraneros, a los causantes de la pobreza que produce la caída de aquellas jóvenes malogradas.

Las personas decentes deben intervenir también para ayudar a la corrección de mal tan espantoso, para evitar que se siga persiguiendo a las mujeres pobres que son bonitas para echarlas, no al placer y al vicio, sino al dolor y la muerte. No se debe emprender la campaña contra las mujeres malogradas, de mala vida, sino contra quienes las despeñan, contra los jaraneros, profesionales de la juerga, y contra las María Castaña que por toda Andalucía pululan efectuando una recluta infante; contra las profesionales del más espantoso de los crímenes, contra las que debieran arrastrar cadena en vez de pasear su popularidad vergonzosa por las poblaciones, seguidas por la chiquillería callejera al grito de ¡María Castaña! ¡María Castaña! o al de otro mote semejante.

De María Castaña publicamos un apunte hecho por el joven y notable dibujante Cámara.

Adviértase cómo se parece a todas las María Castaña, porque es la proxeneta típica.

Por ministerio de la ley, debe también funcionar en nuestra población la humanitaria junta para la represión de la trata de blancas.

La benéfica institución tendría un presidente admirable en el caballeroso gobernador de la provincia, funcionario modelo por su rectitud y bondad.

De haberle secundado la opinión, como se debió hacer, la, gente de mala vida no hubiera vuelto a invadir las calles de la Feria, la Morería y el Conde de Gondomar, las que perdurablemente se hubieran conservado limpias hasta la pulcritud.

Sirva de aviso saludable el doloroso suceso de anoche, del que han resultado dos víctimas: María Castaña, que ha muerto despedazada por un hombre del pueblo, y Rafael Morisco, que morirá en la horca o en presidio si el jurado, movido por una ráfaga de simpática piedad, no lo vuelve a la calle, ya que nadie pueda restituirle a la paz de su hogar deshecho ni al amor de su malograda hija, muerta en vida porque fuá inmolada al monstruo insaciable de la jarana.

Redacción



Los verdaderos miserables II

Presupuesto de una familia pobre

Decíamos que más grande es la miseria en que se desenvuelve la clase media, que la de la gente del pueblo y querernos demostrarlo, haciendo la salvedad de que con ello no afirmamos que la vida, la satisfacción de todas las necesidades sea posible a la clase obrera, dentro de las especialel circunstancias en que nos desenvolvemos, sino que más llevadera, menos difícil es para los de abajo que para los de enmedio, aunque para unos y otros sea totalmente antihigiénica (y aquí incluimos todas las necesidades del cuerpo y del espíritu), habida cuenta de los escasos, insuficientes medios con que cuentan.

Tomemos para nuestro objeto dos familias, pertenecientes a ambas clases e integradas por el matrimonio, y dos hijos, varón y hembra, de catorce a diez y ocho años. Ellas nos servirán como término medio; pues las necesidades de la edad que marcamos a los hijos pueden equilibrarse con el mayor número de hijos de menor edad y con los mayores rendimientos que a la caja familiar pueden aportar cuando el varón sea más entrado en años. Y como queremos mantenernos en un término medio, marcaremos los ingresos para una y otra familia, con arreglo a la media proporcional de los jornales y sueldos que para unos y otros corren en la actualidad.

Y sirviéndonos de datos sacados de varios «Boletines Municipales» del Cuerpo de Estadística y hablando siempre no de lo que es, sino de lo que debe ser, dentro de las especiales condiciones de cada clase, para que la salud física y espiritual no se resienta por las deficiencias en sus modos de provisión, expondremos el presupuesto mínimo de nuestra familia obrera y deduciremos consecuencias.

Supongamos que el padre gana un jornal medio de tres pesetas y el hijo, por su edad de catorce a diez y ocho, una peseta; admitamos que trabajan, exceptuados los domingos y días feriados, trescientos días; tendrá esta familia un ingreso anual de pesetas mil doscientas.

Veamos el presupuesto de gastos para los cuatro: Gastos alimenticios (exponemos lo que debe constituir la alimentación mínima de una familia en que los dos varones han de dedicarse a trabajos de fuerza).

Desayuno: Café y azúcar, 20 céntimos; leche, 15 cénts.; pan, 21 céntimos.

Almuerzo: Patatas, un kilo, 15 céntimos; sardinas, medio kilo, 50 céntimos; pan, medio kilo, 21 céntimos; vino, un cuarto de litro, 10 cénts.; frutas, 10 cénts.

Cena: Puchero (sopa, el caldo; garbanzos, un cuarto de kilo, 15 cénts.; berzas, las patatas que no se usaran en el almuerzo, pues que un kilo es mucho; carne y tocino, 40 cénts.), 55 cénts.; pan, 21 cénts.; vino, 10 céntimos; gazpacho o ensalada, 10 céntimos. (1)

El aceite o manteca y condimentos, por prorrateo van incluidos en estos precios; y aumentando 10 céntimos de carbón, tenemos un total de pesetas dos con cincuenta y ocho céntimos (algo menos si las compras se hacen por junto, por ejemplo, para la semana, en los artículos conservables), que al año suman 941,70 pesetas; por lo que, para los demás gastos, restan 258,30.

Con este exiguo resto se han de llenar todas las demás necesidades, a saber: vivienda, 90 pesetas anuales; luz, 30 ptas.; cédulas personales, 4,72 ptas.; jabón, 6 ptas.; vestidos (teniendo en cuenta que la ropa interior, y aun alguna exterior, pueden prestar servicio durante algo más del año), 75 ptas.; total, pesetas 215,72; restan, por tanto, pesetas 48,58, que habrán de administrar bien para los vicios menores, tabaco, barbería, horquillas, cintas, periódico, etc. y algún que otro capricho, pues considero que nada habrán de gastar en medicina, toda vez que pertenecerán a la Beneficencia municipal.

¿Es posible así la vida? No. Ahora veremos las consecuencias.

Redacción

(1) Cantidades sacadas de varias estadísticas acerca de la mínima alimentación del obrero, publicadas por el Dr. Labbe. París.


Un anormal en el ruedo

Al Gobernador civil

Hace varios días se nos dijo, pero nosotros nos resistirnos a creerlo, que en la corrida que mañana se ha de celebrar en nuestra plaza de toros había de tomar parte como lidiador un desdichado que tiene perturbadas sus facultades mentales y que, a causa de esta horrible desgracia, es el hazme reír de las gentes de escaso sentimiento y mal corazón.

Posteriormente a esta denuncia, digámoslo así, que se nos hiciera, ha llegado a nuestro poder un prospecto, anunciando la corrida, y en él vemos que, en efecto, figura como matador un tal Elías Marín, por apodo «Liborio el Encantado», haciéndose constar, además, para el mayor éxito del reclamo, que se trata de un ex músico del Regimiento de la Reina.

Como quiera que todo esto coincide, de modo que no deja lugar a dudas, con la denuncia que se nos hizo y como el tal individuo, según se nos dice, es un anormal, esperamos de la nunca desmentida bondad del caballeroso Gobernador señor la Serna, quien seguramente no ha sido debidamente informado, que no permita que tal espectáculo se efectúte, librándonos de este modo de presenciar un suceso, que si a muchos había de hacerles reír a mandíbula batiente, a otros, en cambio, les avergonzaría, por bochornoso y cruel, y tal vez a algunos les haría brotar las lágrimas de sincero sentimiento.

De Lis



De todo lo que nos pasa la guerra tiene la culpa

A neutrales y beligerantes, el pavoroso conflicto europeo nos trae de cabeza, como solemos decir los clásicos.

A unos, los segundos, por las horribles consecuencias de la trágica matanza, segadora contumaz de millones de vidas; a otros, a los neutrales, por las derivaciones económicas de la hecatombe.

Nada existe hoy sobre la haz de la tierra que no guarde íntima relación con el espantoso conflicto.

Yo creo que hasta el canto de los grillos está íntimamente ligado a la guerra europea.

Se me preguntará qué relación, puede haber entre dicho canto y la conflagración mundial.

¿Y entre los tomates, por ejemplo, y el mismo espeluznante conflicto? Pues la hay, lector amigo.

Acercaos, para comprobarlo, a cualquier puesto de verduras y os convenceréis de ello.

—Deme un kilo de tomates.

—¿Sabe cuánto vale?

—¡Qué sé yo; pero costará lo de siempre!

— ¡Ah, no, señor! Ahora vale un real más que antes.

¿Y eso?

—¡Por la guerra ..!

¡Por la guerra! ¡Como si los insípidos y humildísimos tomates tuviesen algo que ver con la batalla de Verdún o el asalto francés a la cota 287 alemana!

Y no traten ustedes de que les expliquen el por qué de haber aumentado en un doscientos por ciento el precio de todos los artículos de primera necesidad: el pan, los garbanzos, el arroz, las judías, el pescado, todo…

La explicación será siempre la. misma: ¡la guerra!

Todavía transijo con la elevación de precios en algunos artículos citados, ya que la codicia y el patriotismo de algunos puntos hicieron que la exportación rebasara los límites de lo decente; pero con el sobreprecio en los tomates… ¡con esa no transijo!

Ni con eso, ni con que los melones valgan actualmente doble que costaron siempre. ¡Como si la producción de esa fruta no aumentase en España de año en año! ¡Con los melones que sobran en nuestra país…!

Pero por todo lo dicho se puede pasar, menos por que les simpáticos
fígaros cordobeses hayan aumentado el precio de sus servicios en un ciento por ciento.

Yo creo que para ello ha influido, también, la guerra europea…

—Maestro: vengo a cortarme el pelo.

—¿Ha leido el cartelito?

—¿Cuál?

—Ese que ve usted ahí.

— ¡Demonio! ¿Dos reales por pelarme?

Nos explican que la medida adoptada sólo tiene aplicación los domingos y días festivos y nos hacen otras consideraciones que no aciertan a convencernos.

Por lo que hace a mí, yo creo que la subida de precios en los pelados obedece a la guerra europea. Como obedece el sobreprecio en los tomates, en los melones y en las verdolagas…

¿Qué otra explicación puede darse, que sea satisfactoria, al parro-quiano?

Los barberos, horrorizados ante el apocalíptico espectáculo dela gran matanza, han tenido la humanitaria idea de subir el precio de los servicios a fin de engrosar con sus óbolos los ahorros de la Cruz Roja.

¡Porque es indudable que ese realito que nuestros fígaros cobran de más por cabeza pelada, va a manos de la humanitaria institución, ya sea para socorro de heridos o alivio de caminantes!

Es decir, que ahora y merced a la innovación, nos toman dos veces el pelo: cuando nos decapilan y cuando nos cobran …

Verdad es que sólo lo hacen los domingos y días festivos; pero ya es bastante en un país donde cuando no es domingo lo hacemos y cuando no hay fiesta alguna que guardar, la inventamos…

A la genialidad de los simpáticos barberos cordobeses debemos oponer otra genialidad los parroquianos.

Dicen aquéllos que la medida tomada es para evitar la aglomeración de público en días feriados. Está bien. Vamos nosotros a no concurrir a las barberías sino en días ordinarios y además… a no dar propina.

¡Es también una ideíca que podemos poner en práctica inmediata escudándonos en la guerra europea, que torna a los dadivosos en avaros y a los exquisitos en insensibles…!

Españita



Los ojos verdes

Ya no te quiero, morena,
la de los ojazos negros;
que has abrasado mi alma
con tus miradas de fuego.

La de los ojos azules,
a tí tampoco le quiero;
que me engañaste, traidora,
con tus miradas de cielo.

La de los ojos melados,
insulsos y somnolientos,
que ni apasionan, ni alientan,
ni son bonitos ni feos;
la de los ojitos garzos
con tus miradas de cuervo:
no soñéis con el poeta,
que os ha cerrado su pecho.

Oh, tú, virgencita griega,
la de los ojos risueños,
verdes como la esmeralda,
como la esperanza bellos:
mírame, que tus miradas
serán eficaz remedio
para cerrar las heridas
que otras miradas me abrieron.

Ojos que sois mar en calma
en cuyas ondas navego:
ojos dulces, ojos claros…
¡ojos de mi pensamiento!

Antonio Arévalo



El toreo infantil

Perdida entre el fárrago de acuerdos oficinescos, días atrás leímos la para nosotros jubilosa noticia de que la Junta de Protección a la Infancia había acordado protestar contra la permisión de que se celebren corridas de novillos o vacadas, en las que, como lidiadores, actúen niños menores de dieciseis años. Protesta que supone prohibición desde el momento que dicha Junta hállase presidida por el caballeroso y decidido defensor de la infancia Sr. D. Agustín Laserna, Gobernador civil de la provincia. Justo y noble acuerdo que no queremos ni debemos, ni podemos dejar pasar en silencio.

Justo, porque así lo ordena la ley de 13 de Marzo de 1900 en su artículo 6.°, que prohibe a los menores de dieciseis años todo trabajo de equilibrio, agilidad, fuerza, etc.., en espectáculo público, haciendo responsables de su contravención a los directores, padres o tutores y considerando, por su párrafo 3º incluídos en la prohibición, cualquier clase de trabajo literario y artístico (teatros, etc.)

Y noble, porque saltando prejuicios sociales, arranca al vicio de la raza, al Moloh del suelo hispano estas criaturitas que de seguro habían de ser sacrificadas en holocausto de su monstruosidad, germen de miseria para muchos y de barbarie e incultura para ellos.

No hemos de abocetar la significación de esta faceta de la mal llamada fiesta nacional, pues que mejor le cuadrara el nombre de bárbaro funeral a la cultura; sí diremos que, al presenciar el espectáculo, sólo veíamos entre los pliegues rojos del capote, un organismo enclenque, una conformación orgánica enfermiza y una mirada de sanguinolento centelleo, que inconscientemente brotada de un alma niña, era rudo anatema lanzado por la naturaleza, siempre sabia, contra un público y un pueblo que sentiría el alborozo de la felicidad espiritual si en el perfeccionamiento de la incultura de todos, vislumbrara la posibilidad de gozar las criminales delicias del aún no olvidado circo romano.

Reciba esa Junta nuestro cordial aplauso y la promesa de nuestro modesto apoyo, ante la efectividad de su humanitario acuerdo, pues si bien más que a ella, a deudos y parientes, por ley de afinidad, compete evitar estas desviaciones de patria potestad, ludibrio de una raza, sólo ella puede velar por que estas pantomimas de la barbarie no sean ejemplo para otros corazones niños que, tras la visión del espectáCulo, hubieron de ensoñar, fuertemente batidos sus sentimientos aún mal enfrenados, con esta frase, compendio de la psicología de nuestro pobre pueblo: «Si yo fuera torero;» de tales potencialidades, por la herencia y el medio, que anula todo deseo espiritual de ser algo grande en beneficío de la humanidad.

Levantemos mil escuelas de artes y oficios frente a cada plaza de toros y hagamos brotar en todos los cerebros stos hermosos deseos: ¡Si yo fuera mecánico! ¡Si yo fuera pintor! ;Si yo fuera arquitecto!… Que día llegará en que sean condensados en uno sólo, el más grande: Ser útil, contribuyendo al perfeccionamiento de la humanidad.

Redacción



Ideal andaluz

Quisiera yo alabar con las palabras más cordiales al afectuoso amigo que hubo de acordarse de mí para enviarme desde la peregrina Ciudad do la Gracia —;oh, madre Sevilla, amada mucho y aún no amada bastante!— la hoja que daba cuenta de la constitución del Centro Andaluz en pleno centro de Andalucía, y que al constituirse desplegaba a los vientos este lema generoso y confortable: «Andalucía para sí, para España y la Huma-nidad».

Y quisiera alabarlo, sí, porque en estos tiempos, horros de espiritualismo y de gentes que den calor a empresas de desinterés y nobleza, ya es mucho hallar quien se nos acerque y nos hable de una cruzada en pro de algo que no esté resellado por el egoísmo y vaya de la mano de la especulación, porque tal se van poniendo las cosas que bien puede diputarse de hombre fuera de su siglo al que dé en estas andanzas de identidades y generosos arrestos de espíritu, valores muertos, en verdad, para la hora presente.

Mas aún andamos unos cuantos locos sueltos por el mundo, y he aquí que nos aferramos a un propósito y no le damos suelta aunque vengan sobre nuestras míseras ánimas las sangrientas ironías de los que tienen mejor juicio; y no hablemos de que sean o no estériles nuestras propagandas y nuestras ilusiones vayan camino da caer a cercén, pues habré de deciros que tenemos fe en nuestro ideal, y la fe, vosotros lo sabéis, lleva al triunfo.

¡Ideal andaluz…! Unir las almas y fortalecerlas en la magna obra de hacer de Andalucía, de toda la Andalucía, un conjunto engrandecido y engrandecedor; unir también las manos para que el trabajo sea más grato y más cordial; juntar una aspiración noble con otra que la sobrepuje, llevarlas a la cima; mostrarse fuertes, ecuánimes y sonrientes; tener por culto la gracia del Arte y la serenidad de la línea; ser varoniles y dulces; que revivan los abolengos de nuestra gloria; que bajo los pórticos del Ateneo de la ciudad y de la escuela del pueblo resucite Iberia, y que, en suma, todo ello venga a ser ofrecido en magnífico ejemplo, para que no se grite abusivamente el ¡viva España!, sin que hagamos porque viva, sino que puedan decir los que quieran observarnos: España, vive.

Empresa de audacia es esta empresa, que ha menester acumular el calor de muchos corazones para mantenerla y llevarla en triunfo; pero la hora definitiva para la lucha en favor de estos altos ideales que han de fortalecer y elevar la ciudadanía es esta de ahora. Cuando las grandes tragedias se desencadenan en las vecindades debe invadirnos el anhelo de afianzar la paz en nuestra propia casa, cuidándola con exquisito esmero y dándonos por completo a esa obra de amor, que ha de ser, al cabo, provechosa para todos, puesto que dará saludables pautas.

Es necesario, sí,que corra el apostolado de pueblo en pueblo y de boca en boca; que toque en los corazones de los que estén limpios de prejuicios, y que tras una jornada nos impongamos otra, cada vez más decididos y más ufanos, levantada el alma y oreada la frente, hasta que logremos reunir bajo nuestra bandera azul el ejército de los firmes y serenos, capaz de vencer desde la tribuna y desde la escuela.

No es nuestro enemigo peor la indiferencia ambiente, que tan graves son los tiempos actuales que ya no va siendo posible la indiferencia; pero hemos de contender con las malas artes de una vieja Celestina, astuta y perversa, que en las encrucijadas del camino preparará asaltos para encadenarnos una vez más, seducidos siempre, al cabo, por los favores que ladinamente sabe prodigar.

Serán las malas artes de la política de todos los desgobiernos y de todas las irregularidades, sorderas e injusticias, las que tiendan sus mallas sutiles para cazar nuestras sanas rebeldías; mas hay que confiar en que, al fin, saldremos victoriosos de estas contiendas que, sobre darnos vigor probando nuestro temple, inaugurarán los nuevos días de una etapa de sinceridades, en la que ha de hallarse el rumbo seguro para la grandeza personal de las regiones españolas que, en suma, engrandecerán la patria.

Fue en Sevilla el grito de optimismo y de lucha, y Betis arriba vino a dar pronto en Córdoba, la ciudad señora, donde se aprestan a darle cordial acogida y propagado por doquier.

Ya se había iniciado también de antemano en la callada sultana un hermoso movimiento de resurrección, que contaba entre sus más ardientes paladines a Enríquez Barrios y Muñoz Pérez, exalcalde aquél y alcalde éste, que supieron

llevar al Municipio anhelos de renovaciones, encaminando la administración por senderos de progreso y honradez; Eugenio García Nielfa, escritor cultísimo, de prosa sencilla y castiza, defensor de los viejos prestigios regionales; Ruiz Maya, joven catedrático y publicista muy notable que en la escuela y en el periódico realiza una intensa labor; Carbonell y Carrillo Pérez, entre otros prestigios industriales, colaboradores en cuantas iniciativas redundan en pro de ese anhelo de ser…

Y luego, extendido el movimiento, serán Almería, y Cádiz, y Málaga, y Jaén, y Granada, y Huelva; y tras Andalucía, Castilla, con sus agricultores y sus ganaderos; y Aragón, y Levante, y Guipúzcoa, tan industrial, tan llena de vida, y, al fin, de seguro, todas las regiones de este gran pueblo, pletórico de espíritu.

¡Arriba, pues, los corazones, defensores de un bello ideal de trabajo justicia!

Por sobre el espanto del momento presente, en un instante de tregua de la hecatombe que deja rodar su estruendo por todas las tierras, el oído español, atento al latir de nuestro pueblo, ha recogida la santa aspiración de afirmarse, de engrandecerse.

Y vosotros, hombres de buena voluntad, podéis marcar el rumbo de la estrella que ha de encaminar los pasos de los que hayan de cumplir con el deber, conscientes y serenos.

Leocadio Martín Ruiz