Sospechosos de corbata y cuello

A raiz de toda grande estafa o grande crimen, de todo emocionante delito en cuya perpetración o planeamiento haya intervenido de manera directa algún personaje o ciudadano hasta entonces tenido oficialmente por honrado, admitido en la sociedad y respetado por ella, hombre de valimiento y de prestigio en el comercio de la vida, no faltan nunca almas cándidas que, en nombre del presentimiento, lancen el «había de suceder», ignorando que el hecho es producto de un estado social de cobardía, que a todos, a cual más a cual menos, nos hace cómplices de un delito al que todos contribuimos con la desidia, el frío e incivil encogimiento de hombros o el miedo a dar el aldabonazo que arranque a la sociedad de su consciente y delictuoso letargo.

Realizado el hecho y conocido el autor, es pronto aquietada la indignación que supo producirnos, por la acción anestésica que en nuestros sentimientos produce el por muchos motivos criminal «¡ya está explicado!»; y temiendo tropezar nos recogemos en nuestro egoísmo, ansiando que pase la mala hora y en espera del nuevo sacudimiento criminoso que venga otra vez a arrancarnos aquella cobarde exclamación. Todos vemos la escala de delincuencia y conocemos a los que lenta, pero seguramente, van por ella descendiendo, pero sin que jamás tengamos el gesto cívico de interponernos en su camino y, ya que no entregarlos a la justicia, marcarles en la frente el sello de ignominia, de que son peligrosos para la sociedad, son sospechosos, indocumentados morales.

Esto no debe, no puede suceder, siquiera por egoísmo, por nuestra propia seguridad, como garantía social.

Así como es principio de justicia seguir la pista, analizar la vida, investigar los hábitos, calificar de sospechoso a todo individuo de blusa y alpargatas que, indocumentado, vagabundo merodee en el mismo seno de la sociedad, que sin dedicarse a oficio legal alguno, en absoluto carente de fortuna propia, viva y viva dado al vino, a las mujeres, a toda distracción y a todo vicio, así deben ser llamados sospechosos, deben ser sometidos a investigación en sus vidas y haciendas, deben ser fichados como peligrosos otros muchos, a quienes estrecharnos la mano sólo porque se lanzan a la calle con corbata y cuello y con ropa limpia.

Todos hemos conocido y conocemos y hemos señalado y señalamos con el dedo, sin que nos atrevamos a hacerlo fuera de la privada tertulia, a personas a quienes en ocasiones damos el brazo y nos consta que se hallan en pleno descansillo de la escala de la delincuencia.

Hablamos de que don Fulano tiene tal sueldo —tres mil pesetas, por ejemplo—, y, sin embargo, vive en casa por la que tiene que pagar un alquiler de seis mil reales, pasea en coche, no pierde un espectáculo, tiene dos o tres hijos varones estudiando y algunas hembras siempre lujosamente ataviadas, con sombreros caros y vestidos de seda; en verano acude a algún puerto y se hospeda en hotel de primer orden; dispone de una servidumbre doméstica de tres o cuatro criadas, etc., etc.; y no obstante, sólo posee el sueldo, no tiene otros modos de ingreso, carece de fortuna propia y aún no ha caído en las garras de la usura. ¿Cómo os posible? Aquí la justicia debe investigar y, en su inspección, debe ser auxiliada por todo el que se llame ciudadano.

¿Que es mezclarse y atropellar la vida privada? No, es velar por la sociedad; allí forzosamente se está cometiendo un delito o series de delitos y la sociedad toda debe ayudar a que el culpable reciba una justa sanción.

Hablamos de don Perencejo, que posee un capital único de cinco, diez mil duros; que no se dedica a profesión, oficio, industria o comercio de ninguna clase y, sin embargo, aumenta grandemente su capital, a pesar de que su familia es abundante. Suponemos que aquel capital está dado a réditos, pero lo legal sólo le produciría, en el segundo caso, tres mil pesetas, con las que viviría, pero sin aumentar el capital; lo aumenta, prospera, luego presta con crecido interés, es usurero, es un criminal, está dentro del Código.

Don Perencejo debe ser fichado, debe ser calificado de peligroso, sometido su modo de vida a investigación judicial, y si tras ella resulta comprobada la sospecha, procesado y encarcelado por contraventor de las leyes.

¿Que ello produciría un escandalo? Claro; escándalo, pero de cobardía social. Todos nos quejamos, protestamos contra ciertos hechos que son escarnio de la moral, pero siempre calladamente, para negar más veces que Pedro a Jesús, cuando es llegada la hora, no de los grandes heroísmos, sino de los santos deberes.

Aguantamos, aguantamos y… luego ponemos el inri a tanta estúpida cobardía: «¡Era de esperad!», cuando se descubrió la estafa, el asesinato del usurero, etc. Siempre recordaremos el caso de un empleado del Estado, en un puerto español, que, teniendo un sueldo de 3.500 pesetas, vivía en una regia casa que le costaba 2.500 pesetas y poseía coche propio. Sobrevino el descubrimiento de la estafa, el suicidio, con la ruina de una familia. ¡Todos lo esperaban!

Esto es: todos fueron cómplices.

El asesino de Ferrero ha sido descubierto; quienes le conocían no se han extrañado: «¡tenía que suceder»!, dicen, y nosotros exclamamos: ¡Todos cómplices!.

Redacción



José María Rey

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José María Rey Heredia, nació en Córdoba el 6 de agosto de 1818 en la calle Moriscos.

Comenzó su formación en el antiguo Colegio de Santa Catalina y estudió en el Seminario de San Pelagio, licenciándose en Filosofía y Letras.

Filosofo y buen matemático, impartió clases en los Institutos de Ciudad Real 1844 y, cuatro año más tarde, en el Noviciado de Madrid como Catedrático de Lógica y Psicología.

Como filósofo, se esforzó en propagar las ideas de Kant con un sentido pedagógico para hacerlas comprensibles.

En 1855 comenzó a escribir el libro que le permitió pasar a la posteridad,»Teoría transcendental de las cantidades imaginarias», aunque sólo fue publicado y conocido tras su muerte.

Hombre austero, rehusó de todo tipo de títulos. A pesar de ello, contra su parecer, fue nombrado miembro de la Real Academia de Córdoba.

Fue uno de los más grandes pensadores de la España del siglo XIX.

Rey Heredia sufrió mucho la muerte de su esposa, Teresa Gorrindo, hermana de Rafael Gorrindo, rico comerciante y político.

Su esposa falleció en 1856 y solo cinco años después, el 18 de febrero 1861, con 42 años, falleció Rey Heredia, en el número 12 de la entonces llamada calle del Duque, nombre que sería reemplazado por el de calle Rey Heredia.

Un busto de Fragero

Interceptando la circulación pública , un limpiabotas se halla sentado sobre la arquilla, precisamente en la puerta de don Agustín Fragero Serrano, de lo que resulta que también molesta al numeroso público que entra y sale de la tienda para adquirir gafas, lentes, postales, etcétera, etcétera y para celebrar al mismo tiempo las inagotables ocurrencias del simpático industrial.

En esto sale, riendo a más no poder, un señor que tiene bien señalado su carácter de hombre serio, incapaz de alterar el gesto corriente ni con la leve sonrisa de un saludo.

El limpiabotas estira el cuello y, metiendo la cabeza en la tienda, como si asomase un matasuegras, dice regocijadamente: ¡No hay quien se le resista, don Agustín! ¡También don Juan, que presume de serio, sale doblado de risa! ¡Y antes se marchó don Pedro, riéndose tanto que se quejaba! ¡Ya no podía más! Yo le llamo barriguita alegre, porque en cuanto se ríe mueve el chaleco como si le hiciesen cosquillas. Fragero, benévolo, da las gracias con un gesto y dice: Bueno, hombre, pero hazme el favor de irte porque estás interceptando la circulación pública, y no vaya a ocurrir que se me pierdan algunas postales de estas que tengo tan cerquita de la puerta.

El limpiabotas, a quien las hambres prematuras han dejado endeble y flaco como un viejo, se retira resignado, en busca de lo ancho de la calle.

A poco, Fragero nota la falta de una serie de postales de Córdoba, caprichosamente colocadas en un abanico hecho exprofeso.

Se indigna, protesta, clama contra los guardias municipales, porque no ejercen la vigilancia debida y, en fin de cuentas, vuelve a sumergirse en su tiendecita para atender a un grupo de extranjeras.

Nueva contrariedad: Fragero no halla medio de en tenderse con ellas. Les enseña postales, lentes, fotografías, relojes… Advierte que las visitantes mudan de idioma, buscando el más comprensible para él, pero todo es inútil.

Harto ya de aquella incomprensible escena de película, en la que todos gesticulan y todos se entienden menos él, Fragero exclama: Pero, señor, ¿por qué aquella gente de la antigüedad daría lugar a lo de Babel? ¿No estaría mejor que todos hablasen como nosotros, tan claro y tan bien?

En esto, un hombre de facha inconfundiblemente andaluza, hasta el punto de que cuando menos se le podía suponer pajaritero, mete la cabeza en la tienda y, sin quitarse el ancho sombrero —quizá porque no sería postizo, de los de quita y pon, sino como una tapadera soldada al puchero, formando una sola cosa con la testa— pregunta entre dientes: ¿Tie usté jilo pa re de corní?

Fragero se queda perplejo: ¡tampoco entiende a aquel hombre, que es de la tierra, indudablemente! Sacando fuerzas de flaqueza, para vencer tantas contrariedades, para no perder la cabeza creyendo que, como un hombre cualquiera de la torre de Babel, ha salido de pronto hablando una lengua tan completamente nueva que nadie le entiende, dice al extraño parroquiano: Pase usted y siéntese ¡y cúbrase, si no es por comodidad!

El otro, que no entiende de cortesías y que no sabe quitarse el sombrero, repite la pregunta, silabeando: ¿Que si tie usté jilo para re de corní? Fragero cae al fin en la cuenta y dice resignadamente: ¿Quiere usted hacer el favor de marcharse de aquí para toda la vida, porque uno de los dos está demás en el mundo?

¿Usted cree que yo voy a tener en esta tienda hilo de redes para cazar codornices?

¿Por qué no?, replica impertérrito el del sombrero, quien retira la cabeza y desaparece.

A poco penetra un mozo de fonda, muy ducho en la fructuosa tarea de acompañar extranjeros.

¡Aquel hombre es su salvación! Fragero se entrega a él en cuerpo y alma.

El mozo entabla un animado diálogo, pronunciado con neto acento de la tierra un cúmulo de palabras extrañas.

Una de las visitantes abre un diccionario de bolsillo y, con gesto de interrogación, le señala una palabra: Siesta.

El intérprete, con aire de sufi-ciencia, responde sin titubear: Eso es una cosa que se duerme.

Nuevo gesto de interrogación en la extranjera, y el mozo que añade en el acto: Ende lar do pa lante.

La del diccionario abre el librito dispuesta a encontrar estas palabras tan castizamente alteradas. Fragero, comprendiendo que aquello no ha de terminar en la vida, mira al intérprete y adopta un aire de cómica resignación, como si dijera: ¿Para cuando serán las muertes repentinas, mal alma, que las entiendes menos que yo, porque todavía no me has dicho qué es lo que quieren?

Con estrépito de caudillo triunfante en descomunal batalla, un guardia municipal irrumpe en la tiendecita. Victoriosamente muestra en la manaza derecha, como si fuera un gorrioncillo, al desmedrado limpiabotas que momentos antes interceptaba el tránsito público en la gradilla de la tienda del señor Fragero. Amarillo como la manteca de Soria, temblando más que un pelele y con los pelos de punta, el pobre era la viva imagen del susto.

El guardia decía a voces: ¡Aquí lo tiene usted! ¡Este es el que le ha robado el abanico de postales! Fragero, indignado por aquella manera de tratar a un gorrioncillo del arroyo, se dirigió al guardia y, sin pensar siquiera lo que hacía, le quitó al muchacho, diciendo: ¡Siempre hacen las cosas al revés: ¡Este no me ha robado nada! ¡Yo le dí el abanico de postales para que lo vendiera por ahí!

Entregó el abanico al muchacho, se fué éste, con el asombro y la alegría pintados en la viva cara de hambre, y el guardia se fué asimismo, mohino y cabizbajo, pensando que también en aquella ocasión se había colado torpemente.

Al momento volvió el muchacho.

Casi llorando, devolvió el abanico de postales, exclamando con voz entrecortada: ¡Don Agustín, perdóneme usted por Dios! ¡Es que tenía hambre y un chavalón me sonsacó para que le quitase a usted el abanico de postales!

Perdona de buen grado Fragero, satisfecho de la piadosa acción, y se pone a charlar regocijadamente con un grupo de amigos. Ahora toca otra cuerda: la necesidad de exaltar el cordobesismo en todas sus formas. Les habla de la industria de la seda, refiriendo que sus hijos tienen muchos gusanos, pero que no podrían seguir el simpático entretenimiento, por falta de morera.

Les habla también de los pájaros, diciendo de los gorriones que los agricultores los matan porque aquellos no saben hablar. Si hablasen dirían: No me mates; es verdad que me he comido un grano de trigo. Tú mismo lo has visto y yo no lo niego, pero es que no te fijas en que te he salvado nueve a causa de los insectos que he matado.

Y así, ocurrente y bueno, ingenioso siempre, Fragero sigue atendiendo a todos, un día y otro; muchos, todos, hasta el punto de que pudiera decirse que a su tienda van los amigos y clientes, más que por adquirir postales, lentes, máquinas fotográficas y relojes, para pasar el rato divertidamente.

He aquí que uno de sus muchos amigos —don Dionisio Pastor Valsero, artista ;de verdad, tan bueno como modesto— le ha hecho un busto de tan admirable parecido que puede ser reproducido al lado del original.

D. Dionisio Pastor Valsero (escultor) y D. Agustín Fragero Serrano, prestigioso óptico que tuvo el negocio en la calle Gondomar.

Esta muestra de afecto y simpa-tía, bien la merece Fragero, quien con ostensible satisfacción recibe generales felicitaciones. Entre estas hubo una que contenía un ligero reparo: está muy bien hecho el busto, pero ya podía D. Dionisio Pastor haber empezado por algún cordobés de fama, como Séneca.

Ante la violen ta comparación, Fragero se sujeta al mostrador, para no caer de espaldas, y replica: Sí, pero el caso es que en mi casa a quien me conocen es a mí y el busto que quieren tener es el mío.

Verdad —arguyó el otro—, pero Séneca representa una civilización entera…

¡Si no lo niego -insiste Frage-ro— ! ¡Si yo quiero mucho a don Lucio Anneo! Y en eso de la civilizacién, supongamos que don Lucio entrase ahora aquí mismo y que yo le dijese, para hacerle los honores: tenga usted este cronómetro, que yo tengo gusto en regalárselo, y entreténgase en mirar estas vistas de Córdoba en el veráscopo, que yo voy a avisar por el teléfono para que nos preparen un automóvil; esta noche iremos al cinematógrafo… Don Lucio se quedaría extrañado: ¡cronómetro, teléfono, automóvil, cinematógrafo!

Ello es que don Dionisio Pastor ha hecho una obra admirable, a la que ha infundido el alma misma del modelo y que esta prueba de amistad hacia un hombre ingenioso y bueno constituye como un anuncio de mayores empresas, en las que según el propósito del alcalde de Córdoba señor Muñoz Pérez —se acometa la reproducción, ya con destino a los jardines de Córdoba, de aquellas cabezas inmortales en las que anidara el genio imperecedero de Séneca, Osio, Averroes, Góngora, Valera…

Redacción



Eugenio García Nielfa

Periodista español a quien se puede considerar como el escritor que con más continuidad hizo uso del término «hispanidad» entre 1914 y 1925.

Este término del español clásico había caído en desuso y se tiene a Unamuno por su recuperador en un artículo publicado en 1910 en Buenos Aires.

Eugenio García Nielfa lo fue perfilando y madurando en solitario desde Córdoba, hasta que en 1926 se inició la expansión imparable de su uso en ambos hemisferios.

Nació en las islas Filipinas en 1883, hijo del capitán Blas García Hernández, uno de los últimos de Filipinas.

Poco antes de producirse la emancipación de aquellas islas, al final de la transformación del antiguo Imperio español, Eugenio García Nielfa se trasladó a vivir a la península.

En Madrid compartió pensión con Luis Linares Becerra (1887-1931) y Medardo Lafuente Rubio (-1939), periodistas entonces ambos que luego serían profesores de enseñanza media (el segundo radicado en Cuba desde muy pronto).

En diciembre de 1907 contrajo matrimonio con Margarita del Pino Tamelini.

En abril de 1908 trabajaba como periodista para la Agencia Almodóvar, y al año siguiente es redactor, en Málaga, de El Cronista.

Allí nace en marzo de 1909 su primer hijo. Se trasladan a Córdoba, donde a finales de abril de 1910 se incorpora como redactor jefe al principal periódico de esa provincia, Diario de Córdoba (fundado en 1849 y dirigido entonces por Manuel García Lovera), al que se mantendrá vinculado hasta 1928.

Ese mismo año de 1910, en el mes de octubre, fallece su esposa tras una larga enfermedad, quedando viudo con un hijo que aún no tiene dos años.



El Conde de Torres Cabrera

Hemos tenido el gusto de hablar con el conde de Torres Cabrera, y lo hemos encontrado como siempre.

Ni el peso de los años, con su larga cadena de quebrantos, ni los amargos sinsabores de una larga existencia consagrada al mejoramiento de la Patria, han logrado abatir su espíritu poderoso, sostenido por una savia lozana y fuerte.

Como un roble que creciera en medio de un campo —así ha florecido su inteligencia en Córdoba— el tiempo lo ha fortalecido, lo ha asegurado en su anhelo generoso de alcanzar una patria mejor, una España renovada.

Precisamente en estos días ha brotado de su gallarda y caballerosa pluma este hermoso documento: Señor don Carlos Carbonell. Mi querido amigo: he llegado a Córdoba y me ha entregado mi hija el precioso álbum conmemorativo de las bodas de oro de la Casa de Carbonell y Compañía y cuyo ejemplar han tenido ustedes la atención de dedicarme.

Su primera hoja, en la que escuetamente, sin comentarios y en seis renglones, se consigna la estrecha unión de la familia de Carbonell y de sus socios, es un cuadro que patentiza un ejemplo hermosísimo y que arranca plácemes y lágrimas en estos días en que el sopor seca el corazón de los hijos; la hoja segunda es una alegoría sublime: el amor y el trabajo bajo las alas de un ángel es una concepción bellísima y luego el retrato del fundador de la Casa, don Antonio Carbonell, a quien recuerdo como si lo estuviese viendo vivo en aquellos años en que lo traté, cuando él trazaba sus proyectos industriales y yo mis proyectos agronómicos; es justo homenaje de amor y de respeto.

Agrupar en un álbum los retratos y las fechas de los respectivos servicios de cuantos mental y mecánicamente sirvieron a la Casa, uniéndolos a las vistas de las grandiosas instalaciones; incluir hasta la estadística de la correspondencia telegráfica y telefónica, y todo ello sin oropeles literarios, sin vuelos de fantasía, constituye una expresión gráfica, en la que sencillamente se dice ved y juzgad, y se ve y se juzga que la Casa de Carbonell y Compañía y usted, su gerente, honran a Córdoba.

¡Ah! Si en vez de pasar aquí su vida muchos hombres de mérito acurrucados en la faltriquera de algún ministro o ministrable para asegurar su pitanza, la buscasen todos como ustedes, desenvolviendo nuestros elementos naturales de riqueza, pronto España volvería a ser lo que fué en mejores tiempos, apreciada en el mundo por nuestra industria, por nuestra producción, por nuestras armas, por nuestras letras y no por el baile macabro de los políticos de oficio.

¡Hurra, Carbonell, hurra! Los alientos de medio siglo pueden repercutir por lo menos en otro medio y quiera Dios que el siglo XX legue a los futuros, próspera, la Casa de Carbonell y Compañía, honrando a Córdoba.

Suyo, Torres Cabrera.

El insigne patricio, que se adelantó a su tiempo, fundando las colonias agrícolas de Alcolea, Torres Cabrera y los Llanos del Conde y acometiendo otras empresas admirables, sigue condenando, desde la altura de sus prestigios, a quienes estorban el desenvolvimiento de los elementos naturales de riqueza, y alentando con su felicitación cordial a quienes vivieron consagrados al trabajo.

Honramos este número do CÓRDODA publicando en lugar preferente el retrato del admirado patricio y esperamos confiadamente en que algún día no lejano, la ciudad, representada por todos los elementos que la constituyen, rinda al ilustre Conde de Torres Cabrera el homenaje que merece por la abnegación altísima con que la ha amado y servido, ofrendándole en todo momento su inteligencia, su hacienda, su actividad incansable: la vida entera.

Córdoba la Buena sabrá cumplir la deuda de gratitud que tiene contraída con su ilustre hijo el Conde de Torres Cabrera, el fundador de pueblos y alentador constante de todo mejoramiento agrícola.

Redacción



La carne de toro lidiado está envenenada

La carne de toro sacrificado en el ruedo, tras las varias suertes que comprende la lidia, es considerada, aun por el vulgo indocto, como carne inferior, y esta prenoción vulgar hállase sancionada por los administradores del pueblo, desde el momento que exigen su venta en lo que en términos carniceros se nombra «tabla baja»; y, sin que nosotros pretendamos ahora discutir si en efecto se da cumplimiento a este precepto administrativo, pues que para ello no estamos bien documentados, hemos de afirmar no sólo la realidad de aquella creencia, sino que tal carne es peligrosa, nociva para el consumidor y por consiguiente que su expendición pública y su consumo deben estar prohibidos.

Habiendo de sujetarnos a los límites que nos impone la índole de nuestra revista, procuraremos, muy brevemente, justificar aquella afirmación.

La carne es el músculo. ¿En qué condiciones se encuentran los del toro sacrificado durante la lidia?

Veamos.

La función esencial del músculo es la contractibilidad, y ésta, químicamente, se realiza a expensas del consumo de oxígeno e hidratos de carbono (azúcar, etc.), esencialmente y produce como elementos de desgaste anhídrido carbónico, ácido sarcoláctico y fosfato ácido de sódio, más creatinina, ácido úrico y úrea, resultantes del desgaste de lo que pudiéramos nombrar armazón muscular, las substancias albuminóideas.

Estos productos excrementicios, como nocivos al organismo han de pasar a la sangre para salir al exterior, por los riñones con la orina y por los pulmones con el aire expirado, y así ocurre cuando el trabajo muscular. es moderado Y por consiguiente su producción exigua; pero cuando así no sucede, cuando el trabajo muscular es exagerado, su producción es enorme, y siendo insuficientes las vías naturales de eliminación, se van almacenando en la sangre y en los mismos músculos; estos no se nutren bien y se cansan.

Si entonces se deja el músculo en reposo, la eliminación de sus venenos se realiza, aunque lentamente, y todo vuelve al estado normal; pero si las contracciones continúan, si se fuerza la función, el músculo se nutre difícilmente, los productos del desgaste siguen aumentando y acumulándose y los músculos se fatigan, dan la sensación de pesadez y dolor, aparecen las agujetas; la fibra muscular hallase en peligro de desintegración, en peligro de muerte; la fatiga es un principio de muerte del músculo, dice G. Ocaña. Si falta el reposo necesario, si el trabajo muscular forzado continúa, el músculo muere por asfixia, por intoxicación y más tarde el individuo.

Que esto es cierto lo demuestra el hecho experimental de que inyectando sangre de un animal fuertemente fatigado a otro normal, éste ofrece síntomas de intoxicación, de envenenamiento de la sangre.

Ahora bien, el toro de lidia está sometido durante treinta o cuarenta minutos, a un ejercicio muscular excesivo de salto, carrera y acometida, exagerado por las rápidas contracciones, para él inacostumbradas, al volverse sobre sí mismo, obligado por las distintas suertes del toreo y que buscadas son para provocarle a mayor cansancio; su cuerpo sufre violentos traumatismos con las puyas; borracho, ciego sufre atroces choques contra la barrera; y al fin, jadeante, arruinado, desmadejado, casi sin poder mantenerse en su posición cuadrúpeda, recibe la muerte mediante la penetración en su organismo de medio o un metro de estoque.

La sangre envenenada queda en los vasos y bañando todos sus elementos anatómicos; la fibra muscular hállase rodeada de una atmósfera tóxica y asfítica. Preséntase pronto la rigidez cadavérica; la miosina o susbtancia albuminóidea del músculo se coagula y se produce aún mayor cantidad de ácidos carbónico y sarcoláctico. (J. Beclard.)

Y esta carne, cargada de ácido carbónico y láctico, creatinina, úrea, ácido úrico, etc., se expende al público. ¡aunque sea en tabla baja! No, no debe ser esto, por la posibilidad de que produzca intoxicaciones, como intoxicaciones produce la liebre cazada «a la carrera».

Y no lo afirmamos sólo nosotros, pues que autoridades en materia de higiene lo dicen: Una carne fatigada es asiento de una rápida putrefacción (Raillet); las carnes pueden producir síntomas de envenamiento por contener leucomainas o toxinas: carnes fatigadas, y ptomainas, desarrolladas después de la muerte, pudiendo coexistir ambas causas de intoxicación (Langlois); las carnes pueden producir accidentes tóxicos si proceden de animales enfermos o de animales fatigados en exceso (Labbé); todas las carnes que tengan un principio de descomposición deben ser desechadas, por los microbios y toxinas que contienen, así como la carne de los animales muertos después de estar muy fatigados (toros lidiados, liebre, etc.) pues ambos pueden dar origen a intoxicaciones (Cendrero); ¿y para qué más?

La carne de toro lidiado es peligrosa y su expendición debe ser prohibida.

Ya el hecho de venderla en «tabla baja», indica su inferioridad, engendrada no en el altruismo sino en la repulsión de las clases altas y medias a consumir lo que puede serles nocivo; miremos hacia abajo y evitemos que la miseria haga uso de ella: «¡para comer carne!»; ya que no la comen de ordinario no se la facilitemos en condiciones antihigiénicas.

A quien corresponda rogamos estudie este problema: los toros lidia-dos deben ser sometidos a la cremación.

Redacción



Guillermo Belmonte Müller

Guillermo Belmonte Müller describe su llegada y recibimiento por su tío.
“Acompañado de algunos funcionarios, vino a recibirme en su falúa y me condujo a tierra, alojándome en el edificio Público que él habitaba.

Recibí el saludo de varios insulares, y uno más servicial y cortesano que los otros, se brindó para presentarme en los buenos centros de la sociedad y en los extremos, no tan buenos, aunque de novedades más llamativas.”
Ref. Entre la Nochebuena y el Carnaval. Memorias Íntimas. Guillermo Belmonte Müller.
Publicado por la Imprenta del Diario de Córdoba en 1904.
15 de Marzo 1881 publica en La ilustración Española y Americana» Un hombre y un perro. (Poesía)

En 1888 en el certamen Literario convocado por el Ateneo de Córdoba, el 7 de septiembre de 1888, con motivo de la tradicional feria-romería de la Fuensanta y en el primer tema de Literatura, de asunto libre, recibió una mención por su composición Isabel la Católica.


En 1906 junto al pintor Julio Romero de Torres, su hermano Enrique, viajan por Marruecos, Inglaterra, Francia, Bélgica e Italia
Fue académico de la Real Academia de Córdoba así como contribuidor del Diario de Córdoba.

El 29 de marzo de 1929 Pública en el Diario de Córdoba, “La muerte de Jesús”. Poesía. Un año antes de su muerte le fue concedido durante los Juegos Florales de la Feria de Nuestra Señora de la Salud el premio al Tríptico de sonetos a la aparición de San Rafael.

El 7 de mayo de 1929, fallece en Córdoba y fue enterrado en el Cementerio de San Rafael.

Existe un pasaje en su honor ubicado en el Barrio de San José Obrero, en el Polígono de la Fuensanta.

Dos de sus sobrinos, hijos de su hermana Dolores Belmonte Müller, continuarán la tradición literaria y artística de la familia, Vicente Orti Belmonte y Miguel Angel Orti Belmonte



Los verdaderos miserables III

Cómo viven realmente el pobre

Distribuyendo la familia obrera, de nuestro estudió, todos sus ingresos, de manera que queden cubiertas sus más perentorias necesidades vitales, con sujeción a los preceptos de la higiene, decíamos quedábales un resto de pesetas 48.58, para las demás exigencias.

Estas exigencias, si no tan esenciales no son tampoco despreciables.

El hombre necesita comer, vestir, habitación, limpieza, etc., y de ello no puede prescindir, pero también necesita dar satisfacción a otros modos de su vida de relación, inherentes a su cualidad de ciudadano o miembro social. Necesita asociarse para fines mutualistas; necesita proveerse de medios de cultura, siquiera sea con la sola lectura de la prensa; necesita de expansión en sus exigencias espirituales, asistiendo a teatros, etc.; en una palabra, como humano debe participar en algo de las distintas actividades de la concurrencia social. ¿Y cómo conseguirlo con 48,58 pesetas ánuas para cuatro personas? ¿Cómo satisfacer todas esas necesidades con la irrisoria cantidad de veinticinco céntimos escasos a la semana?

Sólo dos caminos puede seguir. O privarse en absoluto de toda vida de relación extraña a su familia o a su cotidiano trabajo, totalmente imposible por antisocial e inhumano, pues que quedada reducido al estado de bestia de carga; o el camino que, por desventura para ellos y para todos sigue: restar a las necesidades primordiales lo que ha de necesitar para las secundarias.

Y el pobre viste mal, desarrapado y mugriento; carece de ropas interiores, duerme sobre infecto colchón de paja podrida, sin sábanas ni cubiertas; no usa de jabón; carece de vajilla; vive hacinado en un cuarto angosto destinado a dormitorio, cocina, comedor y hasta retrete; mézclanse los padres a los hijos, confündense los sexos distintos, haciendo huir horrorizada a la moral; comen fiambre con mala condimentación, en cantidad insuficiente y alimentos averiados y deshechados de todos; y entréganse a la bebida y al juego, los varones, para destruir a la familia y perder el honor debiendo en el comercio desde el pan hasta el calzado y acabar en el presidio si un momento de ceguera, de debilidad o de hambre les llevó a apoderarse de lo ajeno; y las hembras, dejando su única sagrada propiedad, la honra y la virginidad, en manos criminalmente lujuriosas, industriales del honor, vilipendiadores de la miseria honrada, acabar en el hospital, podrido el cuerpo y ulcerada el alma.

Y si tenemos en cuenta, que muchas son las familias a las que no llegan los ingresos que estipulamos, pues que muy frecuentes son los jornales de dos pesetas, y que el número de hijos es superior a dos de ordinario, espanto produce en nuestro ánimo pensar los cuadros de miseria, las trágicas luchas espirituales que en el bajo fondo social, en el mundo del trabajo jornalero, tienen su teatro.

No es posible; el jornalero no puede vivir con tan exiguos jornales; la sociedad está obligada a defender y proteger, aunque sólo sea por egoísmo, lo que para ella es su músculo, el mundo de trabajadores manuales si no quieren que el cansancio y la fatiga, excitados por la desesperación, rompan las fibras; es preciso dar al pobre lo que necesita; es necesario aquí en Andalucía, llegar al jornal de cinco pesetas, como en un bello gesto de alta caridad y justicia, hubo de indicarnos el señor Obispo de esta Diócesis, en para nosotros grata conversación con él tenida, en el pasado mes de Abril, con motivo de una petición de indulto.

La Vida del pobre es dificil, si no imposible, pero, más dificil aún, es la de la clase media, de todos conocida y de todos ignorada por su cobarde resignación.

Redacción