Nació en Córdoba el 8 de septiembre del año 1891, como cuarto hijo del matrimonio formado por D. Vicente Orti Muñoz, natural de Marmolejo (Jaén), y por Doña Dolores Belmonte Müller. Siendo su padre médico cirujano, que ejerció con notable profesionalidad en Córdoba, despertando admiración y respeto ante todos los que lo conocieron o trataron. También era nieto y biznieto de médicos, todos dotados de grandes inquietudes científicas, puestas siempre al servicio de los demás.
Se da la circunstancia que su bisabuelo, D. Vicente Orti Criado, hizo público el primer análisis al agua de Marmolejo y un interesante examen filosófico sobre sus aplicaciones terapéuticas. En el campo de las técnicas quirúrgicas, su abuelo D. Vicente Orti Lara, fue el primer cirujano que utilizó en Córdoba el cloroformo. La tradición familiar cuenta que a la puerta de la casa del enfermo se situaron unos médicos esperando la muerte del operado, como era de esperar por los familiares más allegados y los amigos íntimos, la operación resultó un completo éxito. Y su padre, D. Vicente Orti Muñoz destacó entre los cirujanos de España, por los resultados obtenidos en su técnica de la extracción de cálculos de vejiga, a su consulta acudían enfermos de muy diferentes y distantes puntos del país.
Su madre, Doña Dolores Belmonte, era dama de ilustre linaje, pertenecía a una familia en la que durante generaciones abundaron pintores, poetas y apasionados a la música. De esta rama heredaría la sensibilidad para los goces del espíritu y de la belleza. De las dos los encantos de la entrega a su trabajo, a traspasar a sus alumnos el interés por el estudio y el conocimiento, y las excelencias de formar y educar a los jóvenes, y el contentarse con la satisfacción del deber cumplido. Que en el camino los honores quedasen en otras manos no le hizo mella.
Entre los Belmonte, sobresalieron sus tíos: D. Mariano Belmonte de Vacas, pintor romántico de paisajes y retratos, conservándose en el Museo de Bellas Artes de Córdoba dos interesantes muestras de su pintura. Y D. Guillermo Belmonte Müller, delicado y exquisito poeta, sin olvidarnos de su faceta de dibujante de la sierra cordobesa, además de retratista familiar.
En lo referente a su rama materna, su abuela Doña Elisa Müller Stone, era una consumada pianista, que por simple gusto y afición participaba activamente en la vida cultural cordobesa reuniendo en su casa, a intelectuales y artistas en veladas literarias y conciertos musicales. Se cuenta que cuando el gran y famoso compositor húngaro, Liszt, visitó Córdoba, manifestó su intención de participar en un de los conciertos de los que dicha señora era organizadora.
En su prolífica vida se le conocía en determinados círculos como: “el trabajador infatigable”.
Los primeros estudios los realizó en el Instituto de su ciudad natal, Córdoba. Los dos primeros cursos de Filosofía y Letras los hizo en Granada, pero al carecer aquella ciudad de la sección de Historia, decidió trasladarse a Madrid, donde terminaría en el año 1913 con sobresaliente de nota media.
Y es a su regreso a su ciudad natal, cuando su padre sensibilizado con el destino de su hijo, realiza todos los trámites oportunos para que este desempeñase el cargo de Archivero Bibliotecario del Ayuntamiento, para el que fue nombrado en el año 1914.
No es ningún secreto, que en muchas de las decisiones de aquellos años de estudiante de D. Miguel, fuese su padre su más decidido quía y apoyo, como ocurrió a la hora de elegir ciudad una vea aprobada la cátedra de Historia para Escuelas Normales, dejando Las palmas y tomando por consejo de su señor padre, la de Cáceres. Para lo cual había pedido la excedencia como Archivero de la Biblioteca del Ayuntamiento de Córdoba.
En el año 1916 obtuvo por oposición la Cátedra de Historia de la Escuela de Magisterio de Cáceres, tomando posesión el 14 de junio de dicho año, después de pedir la excedencia de Archivero Bibliotecario del Ayuntamiento de Córdoba. En dicha escuela de nuestra ciudad. Llegó a desempeñar el cargo de Director, también impartió clases en el Instituto Nacional de Enseñanza Media.
Y es a partir de este momento, cuando toda una serie de combinaciones de circunstancias hacen posible que D. Miguel desarrolle una gran variedad de actividades culturales en beneficio de la ciudad de Cáceres, producto del incansable trabajo que desempeña durante treinta y cuatro años (1916 a 1950). Entre todas estas cabe destacar: la enseñanza, la investigación histórica, arqueología, heráldica, tradiciones, leyendas, artes, etc.
Ya establecido de quieto en nuestra ciudad, contrae matrimonio en el año 1920 con Doña María Alcántara Alcántara, natural de Almendralejo (Badajoz) y sobrina del catedrático D. Antonio Silva Núñez, gracias a las visitas que Doña María realiza a Cáceres a casa de sus tíos, conoce a D. Miguel. Tan cristiano enlace dio el fruto de siete hijos: Francisco, Miguel Ángel, Vicente, Antonio, Mª Piedad, Dolores y Concepción, siendo todos ellos cacereños de nacimiento, los cuatro primeros nacieron en la Calle Ancha, las tres ultimas en el Museo o Casa de las Veletas. Hijos que supieron dar al matrimonio todas las alegrías deseadas tanto en el ámbito profesional como familiar.
Tal y como indicamos al principio de la presente obra, es muy difícil, casi imposible presentar aquí todo lo realizado por D. Miguel Orti Belmonte, en el largo periodo de tiempo que permaneció trabajando en nuestra ciudad, pero vamos al menos a referirnos a los acontecimientos más significativos para Cáceres.
Según afirman algunos estudiosos de su figura, D. Miguel ha dejado a lo largo y ancho de nuestra geografía española unos treinta mil alumnos, de los cuales aproximadamente la mitad se han hecho maestros. Todo un claro ejemplo de la magnífica tarea educativa que desarrolló a lo largo de tan ejemplar y enriquecedora existencia.
En 1923 se doctoró en Historia obteniendo Premio extraordinario por su tesis: “Córdoba durante la Guerra de la Independencia (1808-1813)”. Trabajo que en años posteriores (1924, 1926, 1928 y 1930), era publicado en el Boletín de la real Academia de Córdoba. En este año se le hizo en Cáceres, correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Por aquellos tiempos no sólo los legajos dormían en paz y tranquilidad en los archivos familiares de la nobleza cacereña, gran parte de la ciudad vivía descuidada de cuantos tesoros guardaban sus históricas piedras. Una apatía y preocupante desidia contra las que luchó con todas sus fuerzas D. Miguel Ángel, desde el preciso momento en que aquí se estableció. Siendo su primera gran tarea, la necesaria creación de un Museo de Bellas Artes, a la vista de los cientos de objetos que se amontonaban en manos de particulares, y que cada mes eran sacados a la luz, en simples actividades accidentales. Lo que afortunadamente para nuestra ciudad consiguió después de no pocos años en los que realizó ímprobos trabajos de búsqueda, investigación y catalogación, produciéndose su inauguración en el año 1933.
En 1932 había sido nombrado Secretario de la Comisión de Monumentos de Cáceres, a propuesta de D. José Ramón Mélida Alinari (1849-1933).
De igual manera innumerables fueron los cargos que desempeñó en su vida, seguidamente relacionados algunos de ellos: Archivero Bibliotecario del Ayuntamiento de Córdoba; Profesor de la Escuela Normal y en el Instituto Nacional de Enseñanza Media de Cáceres, Director de la Escuela Nacional de Magisterio, Director del Museo Provincial de Bellas Artes de Cáceres, Cronista Oficial de la ciudad de Cáceres (octubre de 1949), Doctor en Filosofía y Letras, Director de la Normal de Magisterio de Córdoba, Presidente de la Comisión Provincial de Monumentos de Córdoba, Académico correspondiente de las Reales Academias de la Historia de las Bellas Artes de San Fernando, de la Academia del Mediterráneo de Palermo y del Instituto Bouchard de Estudios Históricos Navales de Buenos Aires, Socio de honor de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Badajoz, etc
En los treinta y cuatro años que permaneció viviendo y trabajando en nuestra ciudad de Cáceres, muchas fueron las personas que escribieron sobre él y sobre su incansable trabajo divulgativo. Así hemos encontrado menciones de: D. Publio Hurtado, D, Juan Sanguino, D. Miguel Muñoz de San Pedro, D. Carlos Callejo, D. Vicente González y de D. Antonio Floriano Cumbreño, entre otros, quienes coinciden en afirmar que denominador común de las tareas del Sr. Orti Belmonte, eran su profesionalidad y seriedad histórica en todo cuanto hacía.
Hay que destacar los significativos comentarios que han llegado hasta nuestros días, realizados por el Sr. Floriano Cumbreño y el Conde de Canilleros, entre otros, y reflejados en algunas de sus obras, así como en conferencias y discursos, en los que no escatiman elogios para el Sr. Orti por sus magníficos trabajos de investigación, respaldados siempre por una amplia documentación.
Algunas de sus cualidades eran su sencillez y modestia con las que trataba todos sus innumerables trabajos y logros. Dado a apartarse de los ambientes de admiración que su trabajo de investigación y tarea de profesor le habían hecho acreedor. No aceptaba que le ofrecieran homenajes, en su despedida de Cáceres no encontró manera alguna de oponerse, y de aquel acto que asistió “todo Cáceres”, sólo le gustaba recordar la asistencia al mismo del cartero de su distrito, pues le llevó siete de sus publicaciones para que se las dedicara.
A mediados del año 1951 se traslada a Córdoba, su ciudad natal, para hacerse cargo de la Dirección de la escuela Normal de Magisterio, e impartir clases en el Instituto Nacional de Enseñanza Media.
En el año 1962, viviendo en Córdoba, el Pleno del Colegio Nacional de Colegios Oficiales de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras, y Ciencias, le concedió el premio nacional de colegiales distinguidos, otorgándole la Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio, elevada a Encomienda. Por todo lo cual se le tributó un entrañable homenaje en el salón de actos de la facultad de veterinaria de Córdoba, acto en el que estuvieron presentes muchas personalidades y un elevado número de sus antiguos alumnos.
En nuestros días sorprende, como una persona con una familia tan numerosa (siete hijos), dedicase tanto tiempo a la enseñanza y a la investigación, todo perfectamente ordenado, sin dejar de lado la profunda convicción religiosa, que queda manifiesta en sus asistencias a los correspondientes cultos, además de las oportunas publicaciones que realizó. Todo un ejemplo difícil de imitar, incluso en los tiempos actuales con todos los medios técnicos que tenemos a nuestro alcance.
En los cerca de veinte años que vivió con su familia en la Casa de las Veletas, siendo Director de dicho Museo de Bellas Artes desde el 25 de mayo de 1921 hasta 1943, llegó a conocer prácticamente todas y cada una de las piedras, y rincones de dicho histórico edificio, realizándole unos profundos trabajos de acondicionamiento y mejora, dada la continua incorporación de piezas de tipo a dicho Museo, destacando especialmente la colección numismática de mas de seis mil piezas que dejó clasificadas e inventariadas.
No quiso que ninguno de sus hijos continuaran sus pasos profesionales (Filosofía y Letras), pero sí que todos se preparasen adecuadamente tanto en el aspecto familiar como profesional, sin olvidar por supuesto lo religioso, algo que D. Miguel tuvo muy en cuenta a lo largo de toda su existencia.De esta manera sus hijos, admiradores y obedientes seguidores de las enseñanzas y consejos de su progenitor, realizaron todos sus correspondientes estudios de Magisterio, además de elegir cada uno su oportuna carrera, lo que llenó de gozo y satisfacción a tan feliz y cristiano matrimonio.
El 8 de enero de 1973, fallecía Doña María Alcántara Alcántara y dos días después, es decir el 10, fallece en Córdoba D. Miguel Ángel Orti Belmonte, rodeado de sus familiares y amigos.
Siempre estuvo arropado y animado por el aliento, el cuidado y el fervor de la gran compañera de toda su vida de trabajo, su esposa, que desde la sombra y con la garantía del amor correspondido, vivió entregada solícitamente a procurar el ambiente necesario para su actividad y dedicada a sus hijos, a los que transmitió la adoración y admiración que por su marido y su labor sentía.