Etiqueta el Manuel Rabadán

La razón del analfabetismo

Era en Filipinas, durante la dominación española, creencia muy arraigada, y defendida aún por las autoridades superiores, «que a los indios indígenas no debía enseñárseles ni la instrucción primaria, fundándose en que en tanto permaneciesen ignorantes e imbecilizados se les podía gobernar con facilidad; pero que en cuanto adquiriesen alguna cultura, se perdería el país».

Sin duda alguna, nuestros gobernantes, afianzados a esta teoría de negación civilizadora, observan la misma creencia del anterior enunciado para poder regir mejor los destinos de la nación, convencidos y temerosos de que, tan pronto consiga estar culturirizada, no ha de consentir en ser gobernada a la manera como lo está; y así se perdió Filipinas cuando aprendieron sus naturales las nociones de la dignificación, que en España, en el pueblo llano, aún se desconocen.

Esta es la explicación que nos damos del por qué siguen y se sostienen sin proveer las «diez mil escuelas» y «veinticinco mil maestros» que se necesitan en España para completar el número que asignó la ley de 9 de Septiembre de 1857: para poder gobernar con más facilidad, como a los indios de Filipinas, teniéndolos en la ignorancia.

Mas como en buena lógica no hay premisa verdadera sin su consecuencia, se deduce que, eligiendo los pueblos con los sufragios de sus votos en los comicios a los gobernantes, si los gobernados de las capas inferiores sociales carecen de las nociones de instrucción, por ser, en gran proporción, como en España, analfabetos, siendo estos, por esta inferior condición iguales en todas partes, lo mismo en Europa que en Africa; en el Congo, los jefes de los Gobiernos se convierten, «per se», en jefes de admires, de cabilas o de tribus, sin distinción alguna de Abd-el-Káder, Ben Mojatar. Abd-el-Gafur o Abd-el-Lah; y como el derivado de inculto es sinónimo de salvaje, de ahí que las naciones que aún cuentan en grandísimo número los que por no saber firmar ponen unas aspas, que es el signo prehistórico del primitivo nomadismo; esa parte de los habitantes está por civilizar.

Es vulgar, por lo sabido, que en esta hermosa, selvática, agreste y montaraz Andalucía, son muchísimos e innumerables los pueblos muy grandes, y aún capitalitas, que no sólo no tienen la mitad de las escuelas necesarias y que corresponden en proporción a su densidad de vecindario, sino, lo que es peor, que, como dice el cantar de la «Málaga, ciudad bravía, —que entre antiguas y modernas—, cuenta con diez mil tabernas —y nin-guna librería—; «el peor» de todos los negocios es el de las artes gráficas o comercio de libros, y que son contadísimos los que escriben alguno que no pierdan el tiempo y el dinero por falta de lectores, acusando el estado de «parálisis mental» que padecemos, y así se confirma la creencia —repetimos— de que se gobierna más facilmente y mejor el país cuanto más inconsciente e ignorante esté.

El ramo de instrucción pública, que en otro tiempo fué sólo una Sección del ministerio de Fomento, y aún podía continuar para lo que hace siendo un Negociado solamente, puesto que, según confiesan sus mismos funcionarios envidiados, son los servicios más cómodos, holgados y de menos que hacer que todos los demás servicios del Estado, se constituyó en ministerio independiente para justificar de alguna manera el aumento de un consejero de la corona y el gasto de una cartera que nunca dió gran traba a su personal.

La única Escuela que en España ha prosperado más que las de Aristóteles, de Pitágoras y de lodos los demás Centros docentes de instrucción, fue la Escuela nacional de tauromaquia sevillana, creada por real orden de su majestad el rey don Fernando VII, cuya estatua en bronce aún perdura erigida y esbelta a través del tiempo en los jardines reservados de San Telmo, y para cuyos gastos fué preciso «suprimir en compensación la Universidad más antigua y gloriosa, de fama mundial», cuya Academia Taurina, a pesar del poco tiempo que existió, graduó de doctores a un centenar de aprovechados «alumnos», desde Cúchares, Montes, Cayetano Sanz, el Chiclanero. Pepe-Hillo, y otros, siguiendo aún, por herencia, predominando su influencia en la región y en toda la nación.

Por si aún era esto poco, la pluma de oro del escritor den Vicente Blasco Ibáñez, trasladando su famosa novela «Sangre y arena» a la película cinematográfica, va a recorrer el resto del mundo en que aún no se conozca ni se haya presenciado nuestra fiesta nacional.

En estos días ha publicado la Prensa la nota de carácter cultural de que el ministro de Hacienda proyecta y se propone crear un elevado impuesto especial sobre las ganaderías de reses bravas;’ pero seguramente no podrá realizarlo por la influencia de los próceres ganaderos que patrocinan y fomentan el toreo, señores duques de V. y de T.; marqueses de Santa C. y Santa M., de G. y de S.; conde de I.; señor don A. M., gran amigo de M. y otros, todos los cuales harán que fracase el «intento de descabello» y quede todo como está, y si no, al tiempo.

La única nota simpática en esta cuestión entre la instrucción y el toreo, se ha dado en Sevilla, con la fundación de los grupos de escuelas de la Macarena, de Triana y de San Bernardo, precisamente de los tres barrios más toreros de Sevilla, como protesta contra la taurolatría, poniendo en cada uno de ellos un Centro de enseñanza y de cultura, y aún se completaría edificando otro grupito escolar en el paseo de Colón, junto a la plaza de toros, que si faltan diez mil escuelas y veinticinco mil maestros, según la ley, en cambio, hay sólo en Sevilla veinticinco ganaderías de reses bravas y treinta y ocho matadores de toros de cartel, y váyase lo uno por lo otro.

Manuel Rabadán