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Rafael Castejón

Rafael Castejón y Martínez de Arizala, fue un veterinario, historiador y arabista español.

Hijo de Federico Castejón León, abogado y diputado a Cortes en 1890, nació en Córdoba el 23 de octubre de 1893.

En 1913 a la edad de veinte años, se licencia con premio extraordinario en la Facultad de Veterinaria de Córdoba. Veterinario militar por oposición en 1916, es nombrado profesor auxiliar en la citada Facultad, alcanzando en 1921 por oposición la cátedra de Enfermedades Infecciosas y Parasitarias. En 1926 se licencia en Medicina y Cirugía.

Además de su labor docente, su relevancia en las ciencias veterinarias se debe a que fue un precursor de la investigación y química veterinaria, siendo un zootecnista de primera magnitud. Son de destacar en este sentido, sus innovaciones sobre bacteriosis y virosis y sus aportaciones al uso de sueros y vacunas especialmente tras la creación de un laboratorio privado, uno de los primeros en fabricar esos productos en España. Hizo aportaciones a la terminología con vocablos, ya incorporados, como «clostridiosis»-infección provocada por bacterias del género Clostrydium,las mismas que provocan el botulismo-.

Su actividad zootécnica la corona estructurando el Departamento que más tarde sería el Instituto de Zootecnia del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, fuente de investigadores e investigaciones del más alto nivel.

Colaborador y redactor de múltiples revistas científicas (como «Archivos de Zootecnia») participa y organiza múltiples congresos y reuniones científicas. No pocos de ellos se desarrollan en Córdoba, cuya Escuela (y después Facultad) de Veterinaria, es una de las más prestigiosas de Europa.

Entre sus obras destacan: El aloidismo en los recién nacidos, Conjunto étnico de los bovinos españoles, Ordenación zootécnica de la masa pecuaria española, El caballo español, etcétera.

Con la llegada del Dr.Fleming a Córdoba el 1948 departió conversación con el prestigioso descubridor de la penicilina.

Destacó también por su labor en la investigación arqueológica, histórica y artística.

Arabista y filósofo del evolucionismo, publicó libros como Biología de la Humanidad o Evolución Biológica del Hombre, ingresando en la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba en 1917, llegando a ser su director en 1959 y dándole un halo de entidad cultural y artística propio, y más moderno.

Falleció en Córdoba el 15 de junio de 1986.



El Alma de Córdoba

Dice Ganivet, que Séneca, el filósofo cordobés, al explanar su sistema, más que estoico, lleno de naturalidad, de virtud y de bondadosa modestia, no hubo de esforzarse por inventar nada; esto es, por exprimir su intelecto en la busca de máximas, sentencias y juicios filosóficos, sino que se limitó a recoger y dar forma a lo que ya estaba creado, a lo que era característica del medio en el cual se movía y del que fué uno de sus hijos más legítimos, a lo que, en suma, es el carácter y el alma de la tierra cordobesa.

Y si es cierto que las manifestaciones de los hombres de una tierra –sociales, artísticas, religiosas, fisiológicas inclusive– son los modos de expresión de esa tierra en que viven, porque no hacen sino reflejar los gestos y acciones que la naturaleza pone en ella, es indudable que Séneca habló, por Córdoba. Y habló discreto, sereno, sensato, con reposada mesura, con madurez abierta, con sano criterio de bondad, que es la belleza suma, la perfección suma de la naturaleza humana.

Con el mismo criterio con que a Córdoba la consideraron sus fundadores cuando la bautizaron con el nombre por antonomasia más perfecto: Corto-loba, la ciudad buena.

Y fué por acrecentamiento de esta bondad, en que culmina la belleza suma del alma de la tierra, cómo la clara serenidad del alma de Córdoba se perfiló, por copia de sus horizontes, de su ambiente, de todo el espacio de su lugar, en una grácil armonía de lineas y colores. Y su espíritu, al modelarse en ella, adquirió la elegancia suprema de lo definitivo: un acorde de belleza tan extremado que, ya infinitamente, dejó vibrar su alma en la posesión de lo ideal. Y la elevada pureza de éste, hizo que, en correspondencia con la discreta serenidad del alma de la tierra, se mantuvieran ambas en la mayor suma de reposo y de euritmia, en la cumbre de la bondad y la elegancia, copiando sus perfiles y sus vibraciones mutuas, al modo de los cielos que se miran en la linfa pura de las aguas, las que a su vez se tintan de la insondable profundidad serena de los cielos.

El sobrio ideal del alma de Córdoba, aventaja y supera al aticismo heleno.

Es así, como en las manifestaciones mas genuinas del alma de la tierra, en ese sublime florecer de las piedras, que da origen al arte arquitectónico, Córdoba no ha hallado aún su expresión espiritual. Y si, por un momento, algunos elementos florecieron viva y punjantemente –el estilo árabe-cordobés– haciendo gala de genialidad incopiable, el alma de Córdoba que renueva y renace ahora, genuina y legítimamente, piensa más bien, buceando las fuentes más hondas de su espíritu, en una pureza de líneas sobria y fuerte, madura y reposada que, a ser posible, superase al clasicismo griego; algo, en fin, de lo que vagarosamente remueve en nuestras almas la segunda época de Romero de Torres o la serena cadencia de formas de los castos desnudos inurrianos.

Tierra liberal, fecunda y pródiga.

Alma libre, reposada, amante de lo bueno y de lo bello, la que de aquella nace.

Así la tierra de Córdoba, de la que la leyenda turdetana cuenta que tuvo un rey que dió la libertad a los esclavos, cuando en Grecia, liberal y demócrata, todavía Platón consideraba la posesión de un hombre tan legítima como la de un perro o la de una vaca.

Alma en que culmina la claridad y el reposo, como aquel alma romana, tan genuinamente cordobesa, de Lucano y de Séneca; como aquel alma, razonada y discreta, de los Abderramanes, que un día presidieron un concilio de obispos cristianos y quisieron fundir en un soló cauce, puro y poderoso, la religión cristiana y la religión islámica; como aquel alma infinitamente buena y modesta del Gran Capitán, rey de su rey, rey de su siglo; como esa alma, impregnada de gracia espiritual y armoniosa, que se revela en Góngora, en Valera…

¡…Que en este nuevo renacer del alma de Córdoba, neta y genuinamente terrenal y directo, tenga ella por fuentes las fuentes del alma de la tierra cordobesa: gracilidad, armonía, serenidad, reposo…!

Rafael Castejón