Al incubar el progresivo cerebro de nuestro director la idea de creación de éste semanario usó de los inmercesibles materiales, gloria de un siglo y de una cibilización, nombrados tolerancia y altruismo y supo hacer plástica y real, la ideológica necesidad de ofrecer una vez al anhelante de cultura o de opinión, un remanso donde frenar, por la sabida comparación, la antítesis buscada, los ímpetus del espíritu habituado por carencia de contraste, a sentir, pensar y querer en un solo y determinado sentido y quizá, quizá siguiendo una senda prefijada por otros cerebros que o supieron imponerse o allanaron y desbrozaron el camino, sin saber, querer ó poder desviarse por poquedad intelectual ó cansancio ante el menor esfuerzo de raciocinio y llaman infalible al periódico partidista que en ocasiones habla a los sentimientos y al cerebro solo para ocultar entre los agrados pliegues de la bandera de su idealismo, la podrida mercancía de su egoísmo, de su medro, de sus ambiciones, y a veces, a veces de su inmundo vasallaje para con el que sabe hacerle donación de la grasa necesaria que evite el enmohecimiento de la rotativa… y del estómago, y en él hallan completa enciclopedia que, poco a poco van transformando la substancia pensante de su cerebro, en caja de imprenta inactiva, inerte hasta que los caracteres son recogidos y convenientemente agrupados en galerines por el automático tipógrafo, el rotativo diario.
Pensar por si ante los hechos, he aquí nuestro lema. Dar cabida a todas las ideas, aun las mas distantes, dentro siempre de una sana moral, he aquí la tendencia.
Estos fueron los limites que nos impuso nuestro director y en ello hemos de desenvolvernos.
Y como la frase que encabeza estas lineas pudiera poner espanto en espíritus más hipócritas que tímidos, cúmplenos pedir calma.
Tolerancia, libertad tenemos, y una úlcera social hemos de poner al descubierto; pero nuestros tonos no serán apocalípticos a lo Jeremías, no han de ser explosivos y demoledores a lo revolucionario.
Queremos actuar de médicos sociales y al encontrarnos con llagas, úlceras, saniosas y fétidas, de marcha progresiva. antes de emplear el cauterio o el bisturí, habremos de agotar todos los recursos modificadores que en abigarrada extensión nos ofrece la terapéutica social.
La verdadera miseria, el verdadero proletariado, los ilotas del siglo veinte; este es nuestro tema, y con fruición hemos de dedicarnos a mostrarlo al desnudo, sin velos ni cendales que oculten sus lacerias, y con el sano deseo de limpiarles la podre de su cobardía, causa única de su servilismo físico y miseria espiritual.
Y bueno es digamos ya que el proletariado de nuestro tema no es el proletariado oficial, no es lo que hemos dado en llamar con tonos sonoros verdadero pueblo, no es lo que alguien, equivocadamente, llama clase baja, clase inferior. No, que nosotros dividimos la humanidad en dos castas: los que son algo, los que saben pedir e imponerse, los que saben hablar de derechos y se hacen respetar, y los inertes, los incoloros, los que no son nada porque no tienen más impulsos que un cobarde egoísmo y solo saben temblar.
Aquellos son los de arriba, las clases directoras la aristocracia de la sangre y del dinero, y los de abajo, los que supieron hallar el dios unión, transformándose en aristócratas del terror y de la fuerza.
Y estos, los nuestros, la segunda casta, son los de enmedio, los que de un lado reciben el latigazo de los de arriba y de otro la afrenta sarcástica de la carcajada de los de abajo.
¡La clase media!
Sí, la clase media, es la verdadera oprimida, la verdadera miserable; pues si mucha miseria hay en los de abajo, como más tarde veremos, siempre es ínfima comparada con la que padecen los nuestros.
Ecuánimes, sin estridencias, diremos la verdad.
Redacción